lunes, 18 de agosto de 2014

Dulces Labios. Parte 11

Una y otra y otra y otra y una más hasta que en verdad, ese silencio de las madrugadas en la ciudad se apoderó de igual manera de la habitación y del baño.

La luz seguía parpadeando teniendo un falso y ya la tina estaba totalmente vacía con excepción de una mujer que estaba sentada en el piso de está con los ojos cerrados y con un par de pies de un hombre que sudaba frío y jadeaba por la boca por falta de oxígeno en sus pulmones mientras iba regresando su brazo con el arma a su cuerpo lentamente; no sin antes volver a jalar el gatillo un par de veces más oprimiendo la mandíbula con fuerza y con el ceño fruncido.

Se escuchaba cansado, arrepentido y frustrado. 

-No hay bala, siempre estuvo vacía- Le dije aun con los ojos cerrados y una pequeña sonrisa.

Dejaron de escucharse sus inhalaciones y exhalaciones, solo hubo silencio por unos segundos hasta que sentí un golpe contundente en la cabeza producto del mango del arma y por la inercia de esté mi cabeza igualmente golpeo con el borde de la tina haciéndome sangrar de ambos lados de la cara.

Solo pude gemir de dolor y abrir lentamente los ojos. Pase mis manos por mis heridas y ambas estaban con rastros de sangre, nada grave pero que si dejaría marca por mucho tiempo.

-¡Eres una maldita, malagradecida perra mal parida! ¡¿Por qué no te mueres?!- Me gritaba mientras una fuerte jaqueca me atacaba.

-No hasta que te vea tras las rejas o seis metros bajo tierra pequeño bastardo-

Ahora respiraba por la nariz y en vez de usar el arma ahora me golpeaba con sus puños, me azotaba contra el piso y me pateaba con todo su enojo.

Él no lo sabía, pero esto apenas estaba comenzando.

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