miércoles, 30 de julio de 2014

Dulces Labios. Parte 2

Tus manos grandes y calientes entran poco a poco a mi blusa tocando mi espalda y un poco mi vientre que se eriza ante tus dedos que tratan de quitarme hasta la piel. Fastidiado de mí delgada blusa me la quitas de un jalón alejándote un poco y quedándoteme viendo fascinado por mi cuerpo.

Tus ojos demuestran sed y lujuria, el que te muerdas el labio inferior las ganas de que sea tuya, tu sudor el calor que tienes y el esfuerzo que tratar de controlarte, tu piel roja y erizada la excitación que te provoco, el cómo juegas con tus dedos las gran ansiedad que transita por tus venas y tu respiración… el instinto que quiere salir de ti.

Yo me quedo parada pegada en la pared con aun subidos los brazos y el rostro de perfil, las piernas abiertas y solo cubierta por mi pantalón de mezclilla y mi sostén rojo. Mi respiración es agitada, en mi cuello se notan rastros de que alguien estuvo trabajando en él, en mi vientre plano ahí algo de sudor que recorrió todo mi cuerpo para poder haber llegado ahí y mis piernas se muestran temblorosas pero no por cansancio.

Giro poco a poco mi rostro seductoramente para que me veas de frente. Te miro como un animal mira a su presa, respiro por la boca como si hubiera escalado una montaña y necesitara aire y me voy inclinando poco a poco hacía ti despegándome de la pared en la que se ve el rastro de mi ardiente espalda.  

Me ganas el movimiento y te abalanzas hacia mí devolviéndome a la pared. El golpe es en seco al igual que mi gemido al sentir tu fuerza en mi cuello, en mi espalda, en mi vientre, en mis muñecas y entre mis piernas. Estoy entregada a ti… o eso es lo que debes pensar.

Tomo fuerza y te empujo alejándote de mí. Te quedas atónito y observas como me voy acercando a ti seductoramente con mis largas piernas. Mis manos llegan a tu pecho y lo recorren lentamente; en ellas puedo sentir el aire que sale por tu nariz y boca. Tu cuerpo estilizado sería el triunfo de cualquier mujer al que le gusten hombres atléticos, pero no a mí.

Llego al cuello de tu camisa y te la jalo botando todos los botones de ella quitándotela violentamente hasta dejarte con tu piel a mi disposición. Eso te gusta, diste un pequeño gemido al momento en lo que lo hice.

Tus cuadros, tus bíceps, tus hombros, tus musculosos brazos, tu tono de piel bronceada, tu cuello y tu marca de tu vientre me hacen suspirar y mirarte aun con más intensidad. Poco a poco eres mío.

lunes, 28 de julio de 2014

Dulces Labios. Parte 1

Rodeada entre tus brazos y entre tus labios ardientes en mi boca. Tus dientes entretenidos en mi cuello mientras tus manos exploran mi espalda y tratan de entrar a lo prohibido. Tu pierna entre las mías haciéndote sentir en mi interior mientras salen suspiros de esté. 

Mis manos están en tu cadera y en tus providentes glúteos que hacen voltear a más de una. Mis uñas se entierran poco a poco en tu espalda que cubierta por una camisa esta. Mi lengua juega con tu oreja mientras te trato de explicar en un suspiro entrecortado como me haces sentir.

De pronto siento como me pegas a la pared con tus manos en mis muñecas evitando que me moviera, con tu boca besando y mordiendo mi cuello, con tus piernas abiertas y haciendo que tu cuerpo se junte al mío para que te pueda sentir más cerca.

Tu excitación con tus ojos cerrados y el sonido del radio de fondo en la habitación en penumbras del motel al que me llevaste te mantiene distraído y eso es malo, muy malo.

Abro los ojos viendo al techo mientras aun sigues ocupado conmigo y sonrío poco a poco con malicia. Eres mío y jamás dejaras de serlo; esta noche será eterna para los dos.  

viernes, 25 de julio de 2014

Entre grasa y gasolina.

Viajas sobre la avenida de Municipio Libre hasta llegar a la esquina con Eje Central; tomas la cuchilla del lado derecho y sigues derecho por dos cuadras hasta llegar a una esquina donde se encuentra un supermercado con dos “o” y dos “x”; dos locales adelante sobre la calle de Bulgaria llegas a un taller mecánico llamado Transmisiones Automáticas.

Es un taller amplio de color blanco y negro custodiado por una perra grande que cuando le rascas detrás de las orejas se pega a tu pierna pidiendo más. Protegida por un taquero al que le llaman El Gordo pero que si le pides algo, te lo da sin decir nada. Organizada por un mecánico de nacimiento llamado Andrés y con un gran equipo de trabajo en donde destacan El San Juditas, Marco, Hugo, Odón y Mickey; hombres de familia y maestros en el ámbito de las transmisiones automáticas. Con ellos conviví por dos semanas en las que llegue como aprendiz y salí como un chalan al que le invitaban a dejar sus estudios y quedarse ahí para aprender más y ser parte de esa familia cubierta de aceite y con olor a gasolina.

El horario de trabajo era de 9 am. A 8 pm. Entraban de tres a cuatro autos y salía solo uno; al día. A veces desayunábamos y a veces comíamos. Siempre bromeábamos mientras escuchábamos las canciones cristianas que nos ponía Andrés en su celular.

Aprendí más de lo que pude imaginarme, hice más de lo que pensé que iba a hacer en mi estadía como por ejemplo ayudar a bañar a la perra, el primer día bajar mi primera transmisión, quitar la natilla del techo para recolectar agua, limpiar y ayudar a armar direcciones, limpiar y ayudar a desarmar cajas de autos, acarrear litros tras litros de agua, barrer y aprender a limpiar un piso lleno de grasa, aceite, mugre y gasolina, levantar los muertos de la misma perra y hasta dar clases de computación.

Fueron dos semanas en las que al final mientras escuchaba la canción de Pompeii de Bastille en el único día donde pudimos poner música diferente a la religiosa por el radio me despedí de cada uno de ellos, de esos mecánicos que llevan años haciendo su trabajo y de los mismos que de vez en cuando no entendía de lo que hablaban; les agradecí su tiempo para explicarme lo que hacían y su paciencia para enseñarme lo que hacen día a día.

Hoy termino una aventura en la que fui invitado a seguir o regresar cuando desee. Y claro que regresare.

Cortarse, quemarse y llegar al dolor valen la pena; la gente se da cuenta del esfuerzo y de las ganas de querer más.

“¿No entiendo que haces aquí?” Una pregunta recurrente que me hacían los del taller. Mi respuesta, aprender.

Las cosas que cuestan son las que más valor tienen en esta vida.

Hoy soy orgullosamente estudiante, profesor y chalan.

“Ve con Dios y ojala regreses porque si no lo haces, entonces es que ya estas con él”

jueves, 10 de julio de 2014

Un año siendo maestro.

Ha sido una experiencia gratificante antes de todo. He aprendido más de esos alumnos y alumnas que he tenido a lo largo de estos doce meses que lo que yo les podría haber asesorado en las materias de matemáticas, física, química, biología y hasta inglés.

Todo empezó con una necesidad personal de querer ganar dinero de alguna manera aparte de vender ciertos objetos que ya no utilizaba con regularidad. Hice mis folletos y los repartí en las casas aledañas a mi hogar. Los días pasaban y cada vez pensaba más que había sido una mala idea hasta que, el día llego.

Estaba en la universidad cuando me llega un mensaje de mi madre diciéndome que había ido una mamá a buscarme y a pedir informes para las clases y que me esperaba en su casa a cierta hora.

Fue una alegría de éxito, de que no había sido una mala idea, de que era el comienzo de algo nuevo; una oportunidad de comenzar algo que me gustaba, el ayudar a mis semejantes a entender ciertas cosas, a enseñar.

Me encanta enseñar y sentir esa satisfacción cuando veo que lo he logrado, que pueden hacer y entender lo que antes no y ese pensamiento al que llegas a obtener, ese razonamiento que te lleva a nuevas conclusiones e ideas. Es gratificante, hermoso, es como cambio y pongo mi grano e arena a la sociedad.

Es una distracción de mi mundo, es la gratificación personal y económica, es ser más que un profesor; sino un amigo y un confidente, es esa alegría cuando te dicen que pasaron sus exámenes gracias a ti, a la confianza que les diste y a esas noches que les hacía ejercicio tras ejercicio para que estuvieran lo mejor preparados para afrontar esas temibles hojas que medirían su conocimiento.

Este año viví mi primer día del maestro siendo uno y dando clases. Me regalaron unos chocolates y me felicitaron; la felicitación valió más que mil cosas.

No voy a dejar de seguir haciendo lo que me gusta, lo que me apasiona y con lo que ayudo a la sociedad.

Hoy es un año a mis veinte, pero que cuando tenga setenta años no haya dejado de hacerlo y tenga miles de anécdotas que contarles a esos estudiantes que se preguntaran mi edad y que cuando faltare para que ellos tengan el día libre.

Por algo se comienza a cimentar ese castillo en el que algún día viviré; ese castillo que no será más que de puro conocimiento y de toda una vida de experiencias.