Gritos, llanto, el esfuerzo de quererme zafar de mis
opresores que me mantenían acostado en una cama dura dentro de una habitación
blanca con una gran lámpara redonda que siempre estaba prendida.
Me alimentaban sin desatarme, era una enfermera joven que
las primeras veces entraba con miedo, con la charola temblando, con sus pasos
cortos y tratando de respirar con tranquilidad. Se sentaba en una silla de
metal a un lado mío y con una cuchara me daba mis alimentos y aunque las
primeras veces, por su nerviosismo, tiraba la comida en mí pero ahora me
saluda, me da los buenos días, las buenas tardes y en las buenas noches.
Confiaba en ella.
Para darme un baño entraban dos hombres fornidos que me
desataban y me llevaban arrastrando a unas regaderas donde ordenaban que me
desvistiera y me metían en agua fría, nunca dejaban de verme ni de hablar entre
ellos. Cerraban la llave y había días en los que con un palo negro me golpeaban
hasta hacerme sangrar y había días en los que en vez de regadera era una
manguera de alta presión que me golpeaba y arrojaba hasta una pared, siempre
pedía que pararan pero nunca lo hacían.
De regreso, ya vestido; me llevaban a un cuarto acolchonado
en donde me botaban como un trapo.
Los primero días me levantaba con fuerza y
trataba de escapar chocando con las cuatro paredes, los siguientes días solo
gritaba y golpeaba la puerta; ahora solo me quedo sentado recargado en una
pared esperando que regresaran y me inyectaran para despertar inmovilizado y
acostado en la cama.
Los días pasaban y eran las mismas monotonías, pero en las noches;
las noches eran el peor momento del día.
A veces despertaba en medio de la madrugada desatado y lo
primero que hacía era saltar de la cama e ir a la puerta que también estaba
abierta, salía por el pasillo y estaba vacío; todos parecían dormir. Caminaba
lentamente sobre el frío piso hasta que empezaba a escuchar ruidos, sonidos de
alguien que venía detrás de mí y entonces comenzaba a correr por el laberinto sin
fin de pasillos hasta que me tropezaba y viendo al frente solo sentía que algo
me tomaba de la pierna y me jalaba con fuerza arrastrándome sobre todo el piso
hasta llevarme a mi cuarto de nuevo y amarrarme con fuerza a la cama de nuevo. Era
una sombra, no hablaba ni podía identificarla por otro medio pero era mi peor
pesadilla, era mi pesadilla diaria.
Fueron noches seguidas en las que abría los ojos y la veía
encima de mí y sentía su fría presencia y de alguna manera me hacía sentir
miedo, tristeza, terror y angustia. Hubo noches en las que aparecía frente a mí,
tapando la puerta y abalanzándose contra mí para golpearme con sus fuertes
manos. Ocasiones en las que pensaba que ahora no estaba y que en cualquier
momento aparecía detrás de mí con una bolsa de plástico y me ahogaba hasta
despertar con la lámpara redonda encima de mí.
Sabía que no era real, pero se sentía tan; pero tan real que
me costaba creerlo. Cada día me estaba volviendo más loco pero tenía que
aguantar, el final lo veía cerca.