lunes, 20 de diciembre de 2010

Cuentas claras, amistades largas.

¿Quién es más ingenuo, el vendedor o el comprador? ¿Quién debe tener más seguridad al hacer un trato? ¿El comprador puede ser más beneficiado qué el vendedor?

Vendías por catalogo y por eso tratabas con mucha gente, la mayor parte de esos asociados eran desesperadas por algo de dinero y de edad adulta. Eras astuto, ibas a sus casa, hacías el conteo de ventas, si era favorecedor seguías con ellas, sino lo era, pobre de las señoras que aparte de viejas, solteras o viudas. Pero te segaba la ganancia, ya que nunca te detuviste a pensar, ¿porqué un hombre quisiera vender zapatos por catalogo? O ¿cómo es que tiene un alto porcentaje de ventas?

Siempre era el mismo procedimiento. Llegabas a la residencia, te presentabas, pedias un vaso de agua argumentando un día laboral largo y difícil. Por cortesía la señora te invitaba a sentarte en la mesa, lo hacías y empezabas las cuentas. Solo eran dos posibilidades, o ganaban bien y vivían o no pudieron hacer ventas y pasaban por cloroformo, la violación y luego el disparo en la cabeza.
Solo explicare la segunda opción a detalle, ya que la primera era demasiado simple, cotidiana y aburrida.

Abrías tu maletín, mostrabas una tela colorida y ordenabas que la oliera para que se deleitara, un par de minutos después la señora caía dormida, la desnudabas y la violabas; luego la volvías a vestir, sacabas el revólver y lo ponías en su mano y provocabas que accionara el gatillo. Eso era ingenioso, simple e inteligente. Dejabas el cuerpo y el arma, para que la policía creyera que había sido suicidio.
Llegaste a mi casa, te invite un vaso de agua, nos sentamos en la mesa del comedor, platicamos acerca de las exitosas ventas que había tenido, te di mi sesenta por ciento de ganancia y al final nos despedimos, te abrí la puerta principal, me diste la espalda y te enterré la aguja.

Eras el primero en probar mi método, luego de repetir lo que hacían mis presas en sus crímenes, decidí crear uno propio. Primero te mojaba en alcohol, te ponía unos lentes oscuros y te subía a mi espalda para que la gente creyera que estas dormido pero aparte ebrio. Eso me ayudaba, ya que era posible hacerlo de día o de noche y me ahorraba preguntas o suposiciones de la gente.
Ya en el auto te amarraba manos y pies, el cuerpo al asiento y la frente al respaldo para que no pudieras mover el cuello. Quería que habláramos pero no despertabas, así que fue un viaje callado a la carretera y luego al pueblo de Tepoztlán. Me gusta ese lugar porque tiene muchos terrenos baldíos, eso decía, nada vigilados y grandes cantidades de basura, a parte la gente de ese lugar acostumbra quemar su basura, así que al final va terminar cremado y enterrado en basura.

Ya que llegue a un terreno a las afueras del pueblo, saque el cuerpo de mi jefe, y lo tire justo en el centro de la basura. Al final le tape la boca y me voltee para irme, pero de pronto el cuerpo se empezó a mover y abrió los ojos. Me miraban con extrañeza y asombro, pero lo único que pude hacer en ese momento fue decirle:
-Para que te levantas tan tarde-

Y con eso prendí un serillo y lo solté sobre el cuerpo mojado de alcohol. Una llama apareció y luego fue un incendio.