Recuerdo una vez que estaba en el bosque con mi madre, los
dos sentados sobre un verde pasto frente a un cristalino lago mientras el Sol
se ocultaba detrás de las montañas y el aire paseaba por los árboles moviéndolos
en toda dirección. Escuchábamos el sonido de las pequeñas olas, de los animales
que comenzaban a refugiarse de la penumbra y el danzar de las hojas por el
viento. Una escena que era perfecta en todo sentido.
Mi madre era una mujer
hermosa de toda perspectiva, tierna y sensible. Ella me enseño todo de la vida,
a nunca dejar de amar y a nunca dejar de luchar. Pase doce años a su lado, doce
maravillosos años hasta que todo cambio, hasta ese día en el bosque; ese día
que ella me había regalado, el último de su vida dada una seria enfermedad que
tenía que estaba haciendo que su sistema inmunológico fallara, así como todos
sus órganos y sentidos. Ella sabía que si salíamos del hospital moriría pero no
quería que sus últimas horas fueran ahí.
Papá estaba sentado detrás de nosotros abrazándonos en ese
momento, mi mamá tenía mi mano sostenida con la suya y todo transcurría perfectamente
hasta que comencé a escuchar el llanto de mi padre diciendo “no quites la vista
de enfrente” mientras que poco a poco sentía como la mano de mi madre perdía
fuerza y se alejaba de la mía hasta que quede completamente solo.
No sabía qué hacer, que decir o que pensar; solo tenía una
orden y pensaba seguirla hasta el final, no quitar la vista de enfrente.
No se cuento tiempo paso hasta que mi padre volvió a hablar
y me dijo mientras caminaba hacía el carro “Hijo, vámonos”; ya era de noche y hacía
frío. Me levante y vi en el horizonte como mi papá lleno de tierra y con la
pala para cavar en su hombro caminaba directo al auto con la cabeza baja.
Quería alcanzarlo pero solo mis pies caminaban lentamente.
Sabía dónde estaba mi mamá y sin detenerme fije mi vista a un montón de tierra
que estaba revuelta en un montículo con una planta recién sembrada en lo más
alto. Ahora estaba varios metros bajo tierra y de ella saldría una plata, me
gustaba pensar eso.
Seguí caminando al auto mientras me esperaba aquel hombre
que estaba sufriendo de la misma manera que yo pero que solo por ahora estaba aferrado
al volante y con la vista en el camino, el mismo hombre que después cambiaría
el volante por botellas de alcohol día tras día.
Después de ese día todo cambiaría y el futuro comenzaría
escribirse.
…
Ahora una rata corría frente a mí atravesando el departamento
de una pared con su hocico ocupado con un pedazo de pan viejo. Yo estaba
sentado en el suelo segundos antes de que la luz de neón de un prostíbulo que
estaba en el edificio de enfrente del mío llamara mi atención.
“Grandes y jugosas” decía mientras mostraba el perfil de una
atleta del tubo y las fotografías de la variedad del día de hoy.
-No creo que vendan fruta- Dije mientras veía mis piernas acostadas
en la madera podrida –Ya nadie lo hace-