“No hay nada mejor que el hogar” y “Hogar, dulce hogar”; son
las diferentes frases que cite mientras caminaba por la calle tratando de pasar
desapercibido mientras la seguía después del trabajo.
Ella volteaba y yo me escondía detrás de una pared o me daba
la vuelta, ella se detenía y yo me para en un vitral haciendo la alusión de
estar viendo ropa, o pasteles o hasta lencería para hombre y en esta última me encontré
a lado de otro que me movía los ojos y la boca insinuando algo, extraño y yo
solo con un “No es momento aún” y una sonrisa él bajo la mirada decepcionado y
entró a la tienda donde vendían trajes de látex para hombres que hacían cosas
atrevidas y en privacidad.
Ella texteaba en su celular y yo hacía cambiar las luces
repentinamente para que no se detuviera y llegara antes a su destino; claro que
ella no se dio cuenta aunque si lo notaron algunos automovilistas que se
enojaban con la sincronía de las luces que les daban el paso. Hasta unos
cuantos choques hubo pero que más daba; yo quería verla y aunque parecía un
morro de secundaria siguiendo a su amor platónico pero ya adultos; hasta acoso
sexual parecía. Que loco estaba por ella.
Dio vuelta en un callejón y aunque era de día este se notaba
un poco oscuro ya que cuando llegue a la entrada de este dude un poco “¿Qué
haría ahí dentro?” y valiéndome madres entré y a los pocos metros unas manos me
sujetaron del pecho y me colocaron con la espalda en la pared, era ella. Que
astuta y yo que pendejo, claro que sabía que la andaba siguiendo.
“¡¿Qué quieres?! ¡¿Quién eres?!” fueron sus únicas preguntas
antes de darse cuenta de quién era, me recordaba y eso me daba felicidad.
“Tu… ¿cómo es posible? Desapareciste de la nada” Y
sacudiendo un poco su rostro de la confusión, me abrazó con fuerza, después levanto
la cara y me beso tomándome del rostro.
No había dicho ni una sola palabra antes de que me jalara tomándome
de la mano y saliéramos del callejón como un par de novios que acaban de hacer
travesuras en la oscuridad y mientras caminábamos, claro que maneje todo lo
posible para evitar que la gente se nos atravesara y que si quiera nos detuviéramos
por un semáforo. Estaba encantado y ella parecía también estarlo.
…
Llegamos a su hogar y como una pareja de amantes nos
besamos, tocamos e hicimos el amor como si hubieran pasado años desde nuestra última
vez, y eso había pasado. Ya no éramos niños y ella ya no era una niña, había
crecido y como había crecido. ¡Que caray!
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