domingo, 6 de marzo de 2016

La prueba. Parte 3

Ya era de noche y estábamos acostados sobre nuestras bolsas para dormir viendo el techo gris de concreto, escuchando las olas y los truenos del cielo, no había nada que hacer con excepción de ver el tiempo pasar por el reloj; ya eran las 2 de la mañana y ninguno de los tres habíamos podido conciliar el sueño por los constantes ruidos y los destellos inesperados del exterior. Esto iba a ser más complicado de lo que parecía y aún más con hambre en nuestros cuerpos.

Marco se levantó de su cama y se sentó enfrente de una computadora, como si una idea le hubiera surgido de la cabeza y no pensaba esperar a probarla. Prendió la computadora y solo obtuvo el mismo resultado que unas horas antes, una pantalla negra con el cursor parpadeando. Decepcionado por su fe volvió a apagar el dispositivo y se volvió a acostar en su cama.

“Era buena idea intentarlo” Dijo Juan desde el otro lado del cuarto mientras seguía en la misma posición que nosotros.

“¿Qué quieren que hagamos? ¿Qué están esperando?” Comentó Marco con la misma desesperación al darse cuenta que no íbamos a comer ese día y aunque la respuesta irreal pero probable los tres la teníamos, ninguno se animaba a decirla.

“Tal vez esa es la prueba, aguantar” Y con mi respuesta solo se escucharon suspiros adicionados al aire viciado que teníamos.

Pasaron los minutos sonó el teléfono levantándonos de nuestras frías camas de un solo movimiento. Sin dudar y por la cercanía el muchacho de la cama azul, Juan, tomo la bocina y guardo silencio de inmediato.

Solo fueron unos minutos cuando volvió a colgar el teléfono en un movimiento rápido y nos dijo:

“Arriba muchachos, que prendamos las computadoras y comencemos. Tenemos que contestar lo más posible hasta que nos vuelvan a llamar”. Los dos nos levantamos y como pudimos nos sentamos en las sillas y prendimos las computadoras. Ahora ya no aparecía la pantalla negra, ahora era un programa donde nos pedía que escribiéramos nuestro nombre y el color que nos había tocado nuestro paquete al llegar; después comenzaron las preguntas relacionadas con nuestras carreras.

Las horas pasaron y el reloj ya marcaba las cinco de la mañana. Sin dormir ni comer tratábamos de contestar las preguntas teóricas y prácticas acerca temas que habíamos visto durante años. La memoria, el razonamiento, la atención y el estado físico y mental comenzaban a deteriorarse y solo esperábamos la llamada.

A las seis fue cuando el teléfono emitió su sonido y de nuevo Juan volvió a contestar. Ahora pasaron minutos en silencio y ya sin los tres escribiendo en los teclados y cansados notablemente esperábamos órdenes.

Colgó y dijo:

“Que ya no sigamos escribiendo y esperemos hasta que en la pantalla aparezca el símbolo de un disco y diga guardado; en ese momento apagamos las computadoras y esperamos a que la luz del techo se prenda. Del color que se prenda; azul, verde o rojo, esa persona que tenga ese color va a poder salir y seguir instrucciones de ahí en adelante”.

“Suena a un buen plan y a comer, espero que haya mucha porque muero de hambre” Dijo Marco después de un suspiro de alivio.

Solo pasaron unos segundos hasta que apareció el disco y la frase de que se habían guardado nuestros avances; después apagamos nuestras computadoras y esperamos a que la luz del techo se prendiera.

Azul, Juan. Fue el color que encendió y con miedo se acercó a la puerta y la pudo abrir. Salió de la habitación dejándonos a mi compañero verde y a mí, sentados en mesas y con los pies en las sillas.

Pasamos esos minutos en silencio hasta que Juan regreso con una bolsa de los tres colores de cada uno. Justo cuando cerró la puerta volvió a sonar el teléfono. Marco y yo nos quedamos viendo y diciéndole “ahora te toca a ti para que conozcas esa voz” el asintió con la cabeza y cogió el auricular por unos momentos.

“Me comenta que abramos las bolsas y nuestras mochilas, que veamos lo que tenemos en ellas primero. Después que en las bolsas que trae Juan hay un frasco blanco pequeño, como de medicina; que nos lo tomemos justo cuando el reloj diga las dos de la tarde y esperemos”

“¿Y porque nunca se nos ocurrió a ninguno de nosotros abrir nuestras mochilas cuando llegamos?” Pregunte indignado por nuestro descuido.

“Debió ser por la ansiedad y los nervios” Un comentario justo e inteligente del que había contestado el teléfono.

Cuando nos dimos cuenta faltaban unos minutos para la hora marcada y rápidamente buscamos en las bolsas el frasco. Ya cada quien con él, lo abrimos y levantándolo como si fuera un caballito de tequila dije:


“Hasta el fondo muchachos” y con los dos afirmando el comentario bebimos hasta el fondo. 

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