No había donde dormir, no había luz del Sol, no había
refrigerador, no había lámparas, no había otra cosa que no fueran computadoras
viejas con sus teclados y ratones, tres sillas de escritorio con ruedas, una
luz de emergencia en medio del cuarto, un teléfono que no daba tono, un reloj
de pared, una cámara por esquina en la habitación y un cuaderno con instrucciones de como
prender y apagar las computadoras; además del ruido de las olas y de los rayos
al aparecer por el ventanal.
Pasaron las primeras horas del día uno y nos empezamos a
conocer. Marco era hijo único de una familia adinerada que tenía novia y le
gustaba la fiesta y estar con sus amigos; había viajado por gran parte del
mundo pero nunca había estado con un clima tan radical como aquel. Juan venia
de una universidad pública en donde era el mejor de su generación, estaba
estudiando ingeniería en sistemas computacionales, le gustaban los video
juegos, pasear en bicicleta y hace años no sabía lo que era tener novia. Yo
venía de una escuela privada de la carrera de ingeniería mecánica, me gustaban
mucho los deportes y los videojuegos, me gustaba estar con mi familia y novia y
era una persona aplicada pero no muy inteligente.
Tomamos cada quien una silla y leyendo las instrucciones en
voz alta prendimos las computadoras. No tenías que ser un genio para apreciar
el básico y antiguo sistema operativo que tenían las computadoras pero estas
salían con una pantalla negra con una tecla que parpadeaba para escribir; eso
era todo, no clave no usuario, no programas, no fondo de colores, no nada. Como
si estuvieran vacías y sin conexión a internet porque solo de CPU salía el
cable para la luz, nada más.
Resignados y con muchas más dudas apagamos de nuevo las
computadoras con las instrucciones del manual y eso fue todo. Las olas, los
rayos y muchas dudas.
“¿Y si vas por algo de comer?” Le dije a Marco.
“¿Yo porque?” contesto molesto ante la impotencia de hacer
algo. “Porque dijeron que tú eras el único que podía salir por bebidas y
alimentos” contesto Juan mientras veía fijamente al ventanal, a la marea
moverse sin dirección alguna.
“¿Y cómo hago eso?” y empezó a sonar el teléfono.
Los tres asustados lo vimos y escuchamos su sonido una y
otra vez.
“No había línea, yo lo revise” dije instintivamente.
“¿Qué esperas? Contesta” Me dijo Marco con nerviosismo.
Me acerque al aparato, levante la bocina interrumpiendo su
sonido y una voz de mujer dijo: “Hoy no hay alimentos” y colgó.
“Bueno, bueno…” nada, otra vez sin línea. Colgué el teléfono
y lo contemple extrañado.
“¿Qué te dijeron?”
preguntó Juan.
Suspire, alce la
mirada y mirando también la marea revuelta y dispareja le conteste:
“¿Dónde estamos?”
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