-¿Hay alguien ahí? ¿Hola? ¿Señor?- Preguntaba la viejecita
mientras entraba temerosa a la casa después de un mes de silencio en el hogar
donde solo había un par de cuerpos, uno sin vida y el otro a punto de estarlo.
-¡Oh, por Jesus Redentor!- Se llevaba sus manos arrugadas a
la boca tratando de admitir la fea escena que estaba enfrente de ella y cuando
reaccionó – ¡Viejo, llama a una ambulancia; pronto!-
-No, espere un momento; por favor no- Mi fuerza era mínima y
mi voz era solo un susurro pero mi mente sabía que si iba a una clínica o a un
hospital me iban a localizar y todo habría acabado porque no llegaría a mi
celda; no lo iban a permitir.
La vieja no alcanzo a escuchar cuando hable, ya que salió
rápidamente por la puerta al momento.
Durante todo ese mes que estuve sentado frente a ella no
deje de verla, no deje de hablarle y de contarle mis más grandes secretos; no
deje de decirle cuanto la amaba y cuanto me hacía feliz; pero sobre todo, no
dejaba de pedirle que me viera, que se moviera, que dejara de asustarme, que
despertara y que me regalara una sonrisa.
Yo sabía que ella estaba viva y fue por eso que como un
golpe de energía me altere al ver como se la llevaban en una ambulancia con una
sábana encima, incluso cuando entraron a la casa y la intentaron tocar, la
euforia estallo en mi cuerpo en forma de gritos y esfuerzos por soltarme.
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