Cruce la calle sin importar que estuviera lloviendo o que la
gente viera que iba directo a un lugar donde se ve lujuria, se respira sexo, se
sienten adicciones, se escucha violencia y se siente sucio.
Nadie está en esa
situación voluntariamente pero en la actualidad, en la maldita actualidad;
nadie tiene opción.
Tocas una puerta hueca y se abre una rendija por donde te
ven unos ojos oscuros y penetrantes que te analizan y tras unos segundos
escuchas como se quitan los seguros del otro lado del metal y se abren las
puertas del infierno.
Sale humo del interior y se comienza a escuchar música al
fondo del pasillo que está poco alumbrado. Das los primeros pasos y una gran mano
te toma del pecho impidiéndote seguir adelante mientras la puerta se cierra detrás
de ti con un molesto rechinido, ya hecho; todo es oscuridad unos segundos pero
te das cuenta que desde tus pies está subiendo un láser que escanea tu cuerpo.
Uno pensaría que es para ver si traes armas o cosas peligrosas pero no, es para
ver si traes dinero y a cuanto es esa cantidad, todo al final es negocio y si
entras con las manos vacías; sales con algo más que tu presencia, golpeado y
amenazado de muerte.
La luz roja termina de examinar tu cuerpo hasta la punta más
alta de tu cabello y se apaga. Después de eso se alumbra el pasillo con luces
como pista de avión en el aeropuerto y la música sube de tonalidad, igual
aparecen unas luces pegadas en la pared que te mostraran lo que hay de
promoción en el día o en la noche.
Comencé a caminar y debajo de las ya antes mencionadas luces
se ven mujeres bailando eróticamente detrás de un vidrio blindado. No están en
un cuadro mayor a de dos metros cuadrados ni dos metros de alto, están forrados
de tela negra y en el suelo hay luces parpadeantes que las hacen resaltar.
Vez sus rostros y aunque tratan de sonreír por orden del
jefe puedes ver sus ojos de dolor y pena, sus cuerpos llenos de moretones y
golpes que tratan de ocultar con maquillaje y sus movimientos cansados después
de estar en un habitación donde no te puedes sentar cómodamente. Son pocas las
que son “sanas” y son aún menos las que antes de entrar a trabajar son drogadas
y sometidas por los hombres y mujeres de su mundo laboral por solo unos dólares
más.
Había mujeres de ambos lados del pasillo y todas se movían
al ritmo de la música de fondo excepto una que estaba inmóvil sobre el piso de
su cuadro, recargada en una pared y con los ojos volteados. Uno habría pensado
que estaba muerta pero su vientre se movía suavemente entre sus pequeños senos
solo tapados por pezoneras y una tanga sucia y verde limón.
Lentamente me acerque al vidrio y con mi mano lo toque, al
instante se prendió una luz verde alrededor del cuadro y eso solo eran malas noticias.
Era la manera en que los clientes mostraban su interés por alguien y tras el escáner,
si podías pagarla se enmarcaba de verde su ventanal y si era rojo; no podías
ser acreedor de sus servicios y tenías que seguir buscando. Y al parecer, había
ya pagado por una hora con estar con ella y yo ser su dueño.
La mujer estaba de frente a mí y tras la luz no había
reaccionado, la pared en la que estaba recargada se abrió y entro un señor con
guantes de plástico, traje negro y una máscara blanca de esas que ocupan los
pintores para no estar respirando las toxinas de los líquidos tóxicos.
La tomo de las axilas antes de que cayera por completo en
el suelo y me observo dándome una señal de afirmación con su cara. Minutos después
desaparecieron de mi vista y entro otra chica sustituyéndola. Se cerró la
puerta y comenzó a bailar.
Mira al otro lado del pasillo al que me había ya acercado y
observe unas escaleras que descendían a una puerta por donde salía todo el
humo, luces y la música. Cada vez estaba más cerca del infierno.
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