-Ya no recuerdo tu nombre ¿Cómo era?- Le preguntaba mientras
reclinaba mi asiento en el auto detrás del volante y me empecinaba a dormitar
mientras escuchaba como las gotas chocaban contra el techo de acero.
-¿Y porque de pronto te empezó a importar? ¿Es eso en lo que
estás pensando ahora? Por qué yo me preguntaba si aún existían los demonios de Tasmania
¿sabes si aún existen?- Respondía con tranquilidad mientras se limaba las uñas
de las manos a un lado mío.
Un rayo cayó del cielo iluminando toda la calle y el
interior del auto haciendo una fotografía instantánea; inmortalizando el
momento conmigo con los ojos cerrados y las manos en el vientre y ella viendo
sus uñas.
-Aún viven, vi uno una vez. No son como la caricatura y
quede decepcionado; son más pequeños pero, no te preocupes; aún existen- Ya
estaba más inmerso en el sueño que en la realidad.
-Qué bueno, me da gusto. Quiero uno ¿me consigues uno?- Ella
dejo sus uñas y me tomo del hombro más cercano a ella.
-Primero dime tu nombre y ahorita vemos ¿vale?- Abrí los
ojos, comencé a ver el techo y empecé a recordar donde es que había visto a ese
animal tan exótico.
-Nunca tengo lo que quiero contigo, no se vale- Había dejado
de tocarme y ahora está de brazos cruzados con cara de berrinche pero de
inmediato cambio su postura y se abalanzo sobre mi tomándome de los hombros con
sus dos manos y poniendo su rostro enfrente del mío; con nuestras narices tocándose
y los ojos bien abiertos. –Me llamo Marta-
-Marta… es cierto y dime Marta ¿qué haces por aquí?- Hablábamos
mirándonos a los ojos.
-Pues estoy aquí, sobre un hombre, dentro de un auto
apagado, bajo la lluvia, esperando a que sea más noche para ver los juegos
espectaculares y eso es todo ¿Tú cuál es tu motivación para estar aquí?-
-¿Yo? Creo que estoy en la misma situación que tú ¿qué
coincidencia, no?- La tome del rostro quitándole un mechón de pelo de la frente
y llevándoselo detrás de la oreja.
Quedamos en silencio en la misma posición cuando la alarma
de mi celular sonó haciendo alusión a un asunto en el calendario que debía ser
realizado.
-Creo que es hora querida así que quítate de encima de mi
¿quieres?- Le dije tomándola de los hombros.
-No, no quiero; para eso primero debes de hablarme bonito y
luego, vemos- Me contesto poniendo su mano izquierda en mi mejilla acariciándola.
Di un suspiro y:
-Mi amor, preciosa ¿me harías un favor?- Dije tiernamente
igualmente acariciando su mejilla.
-Dime osito- “Osito” como odiaba eso y tuve que contenerme y
dar otro suspiro pero ahora más fuerte.
-¿Podrías sentarte correctamente en el asiento del pasajero
para que podamos empezar los juegos artificiales que la gente del autobús nos pidió
que hiciéramos en estos momentos?- Los hombres y mujeres del autobús habían
dicho números a la zar y eso había dado la hora en que empezaran las
actividades.
-Primero, bésame; bésame como esa primera vez en la orilla
de la alberca esa noche mientras quedaba cubierto de agua el auto con la
familia rica dentro- Vaya recuerdo esa noche. Piñas coladas preparadas por
nosotros mismos, la alberca llenándose, los quejidos de la familia amarrada a
los asientos del auto hasta que la alberca quedara totalmente cubierta de agua,
viendo las burbujas emerger hasta que lo dejaron de hacer y haciéndose el
silencio. Muy buena noche.
-Te besare cuando hayamos acabado y después ¿qué te parece si
te compro un helado? Pero acabando esto ¿sí?- Eso nunca fallaba.
-Bien, pero que sea doble- Se quitó y se sentó en su lugar colocándose
el cinturón de seguridad.
-Bien, será doble para mi cosita- Coloque mi asiento
correctamente, me puse el cinturón y tome un control del portavasos del carro.
Alce la cara y vi el camión estacionado de forma perpendicular a nosotros con
la gente de la que hablábamos hace un momento, estaban empezando a despertar y
a darse cuenta de que estaban amarrados.
Comenzaban las réplicas de ayuda, los gritos de desesperación
y las preguntas de que era lo que estaba sucediendo.
Prendí las luces del
auto e ilumine la mitad del camión. Ellos no nos veían por el reflejo pero
nosotros veíamos rostros angustiados, enojados, preocupados, tristes, alterados
y llorosos de hombres y mujeres que trataban de desamarrarse.
Fue poco lo que duró.
Presione un botón del control, el único botón del control y
el único botón que decía la palabra “boom” sobre él.
Decenas de luces salieron de donde estaba el camión, una
gran llama de fuego se elevaba en el cielo y el ruido del acero y la carne rostizándose
ante la explosión. El estruendo fue ensordecedor pero el silencio que ocurrió después
fue aún más siniestro.
Baje la ventanilla del auto y una onda de calor se metió al
auto haciéndonos incomodar. Saque la mano donde tenía el control remoto y lo
deje caer.
Subiendo la ventana dijo:
-Ahora quiero dos helados dobles- Su mirada estaba fija en
el fuego hasta que volteó a verme y sonrió.
-Pensándolo bien, yo también quiero uno. Vámonos antes de
que cierren la heladería- Arranque el motor, puse reversa, luego marcha y nos
fuimos por esa misma calle dejando atrás el camión envuelto en llamas y el
insoportable calor.
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