Estaba sobre una cama, dormido y soñando creo por mi cara de
tranquilidad. Una mano paso por mi hombro y después roso mi rostro lentamente.
Despertaba y sentía la suavidad y la calidez de la piel; un ahora llegaba a mi
nariz y reconocía esa sensación, esa calidez, esa suavidad y ese olor. Sonreía
ante saber con quién estaba acostado. El cuarto estaba oscuro y solo escuchaba
una respiración pausada en mi nuca, me decía “voltéate y veme a los ojos” y así
lo hacía pero no la veía a ella sino a una mujer muerta con sangre saliendo de
su boca cerrada, con los ojos rojos e irritados, con la piel rasgada entre
costras y heridas vivas. No decía una palabra y solo la observaba a los ojos,
estaba atónito; después abría la boca rápidamente y me mordía el rostro.
…
Despertaba sudoroso en un cuarto poco alumbrado lleno de
hombre y mujeres de diferentes edades que me observaban asustados como si los
fuera a atacar. Una mano me tomaba del hombro y me volvía a acostar; era un
hombre ya mayor el que estaba sobre mis hombros, era él el que tomaba un trapo mojado
y me lo colocaba en la frente diciendo que me relajara, que solo había sido una
pesadilla y que todo iba a estar bien.
No podía cerrar los ojos y me volvía a
incorporar pero ahora más lento. Era una habitación con las ventanas rotas, sin
muebles y con bastante gente en él; estaban sentados en bancos, en el piso
sucio, en sillas y en un sillón viejo; su ropa estaba sucia y todos tenían un
aspecto de cansancio; había niños escondidos entre los brazos de sus padres; un
perro y demasiados paquetes cerrados de comida por todos lados. Eran
sobrevivientes de la catástrofe.
Me ponía de pie seguido por todas las miradas y preguntaba dónde
estaba la salida, de inmediato en viejo se levantaba y me tomaba del brazo explicándome
que había perdido demasiada sangre y que debía descansar y quedarme con ellos,
que era la única manera de sobrevivir. Le quitaba mi brazo de entre sus manos y
le empecé a explicar cómo había llegado a ese lugar desde que supe por última
vez de mi amada y que ella me estaba esperando. Él me explicaba que había dormido
por un día y que no era por molestarme pero lo más seguro era que… era lo peor,
que hace ya varios días no veía a más gente viva y que probablemente eran los únicos
de esa zona; pero no me importaba yo tenía que averiguarlo.
-¿Es la chica que tienes escrito en tu brazo acaso por la
que vas y por la que casi mueres allá abajo? No lo vale, hijo. Quédate con
nosotros y podremos salvarnos de este calvario que ha caído- Me decía el
hombre.
-Para mí lo vale y si ha pasado lo peor quiero verlo con mis
propios ojos; pero la seguiré buscando hasta encontrarla, no importa cuánta
sangre tenga que derramar por ella ni cuántas vidas tenga que tener para
volverla a ver por lo menos una vez más. No espero que me entiendan, ninguno de
ustedes pero no pienso quedarme aquí y esperar; quiero intentarlo porque… la
amo y eso es lo que me mantiene con vida-
Me acercaba a una de las ventanas y la gente se alejaba de mí
como un leproso, escuchaba susurros y distintas opiniones de lo que había dicho
pero ninguna me importaba. Estábamos en un primer piso y era fácil bajar por el
techo de un camión, llegar a la calle y subirme a mi auto que no estaba lejos.
Espere a que el lugar estuviera sin peligro y sin mirar atrás baje hasta la
calle; caminando en ella escuche el grito del viejo y me aventaba un objeto
cubierto por una tela, me decía que tuviera cuidado y que me deseaba lo mejor,
yo le respondía lo mismo para su gente.
Ya en el auto, lo encendía y descubría que era lo que me habían
aventado, era una pistola no muy grande pero si pesada; nunca en mi vida pensé
tener una y mucho menos tener muy presente que la iba a utilizar en algún momento
cercano.
La ponía en el asiento del copiloto y comenzaba a moverme de
nuevo por la ciudad, pero ahora estaba cerca de mi destino. Veía mis brazos con
vendados mugroso y ensangrentados pero bien hechos y una duda entraba a mi
mente “¿En serio tengo que esperar lo peor?” y cerrando los ojos por un momento
veía el rostro de mi novia sonriendo y diciéndome que me amaba. Abría los ojos
y sonreía; una gota corría por mi mejilla y en voz alta me decía “Nada me va a
detener para volverla a ver”.
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