viernes, 5 de diciembre de 2014

Castidad. Parte 1

Mi nombre es Carmela, pero algunas personas me dicen madre Carmen o Carmelita; otras me dicen caramelita, mi puta, zorrita mía, Carmen la profunda y Santa Carmen. Son mis nombres, mis apodos; son mi vida.

Me gusta el sexo, el alcohol, el cigarro, las drogas, las armas, las malas palabras, los hombres y a veces las mujeres. También me gusta leer, el silencio de la noche, el calor de la playa, un baño frío en medio de la madrugada, la novela de las ocho y mi café hirviendo en la mañana.

Vivo en las tierras calurosas y húmedas de Veracruz y soy parte de un grupo de monjas llamadas las Monjas Capuchinas desde ya hace tres años. Nos dedicamos a hacer galletas deliciosas que vendemos en el pueblo, a ayudar a los desamparados y sobre todo a acompañar a los padres y obispos a sus viajes por el estado.

He visto, oído, saboreado y tocado los manjares de la vida. Desde estar frente a la casa de Dios más grande y hermosa del mundo, comido lo más exótico en medio de la selva, escuchado la voz más angelical de todos los tiempos y tocado la tela más fina y cara del planeta hasta haber visto a un hombre abusar de un niño en medio de demás adultos, escuchar bombas caer del cielo mientras una madre esta hincada llorando por su hijo que ya hace muerto, probado la más dulce y profunda cocaína con un narcotraficante mientras estamos desnudos en una cama de un motel y tocado el miembro más grande y grueso que jamás pudo haber estado dentro de mí.

Esto es lo que hago y disfruto, lo que me hace llorar y gemir, lo que pienso, digo y hago, lo que esta prohibido y permitido; esta es mi vida y no la cambiaría por nada.

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