Negro como aun es la noche en el convento y fuerte como un
animal que trata de escapar de una jaula es mi café a las 7 de la mañana cuando
le doy el primer sorbo que entra y cubre mi garganta, que llega a mi estómago y
como una bomba calienta el centro de mi cuerpo y a pesar del calor de la mañana
no tiro ni una sola gota de sudor.
Lo disfruto de principio a fin y sin importarme que las
demás mujeres del lugar me reclamen por qué no les prepare a ellas uno o me
dirijan una mirada molesta e incómoda. Pinches viejas huevonas.
Ya con energía en mi sistema salgo del lugar con una canasta
llena de galletas y panes que vendo en el pueblo y hasta ahí días en los que
vendo más que eso.
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