martes, 9 de diciembre de 2014

Castidad. Parte 3

Me dirijo a la cocina y preparo mi dulce elixir. Hirviente en una taza de barro que me regalo una señora a la que le di $200 para que comprara comida para su bebe que lloraba sin cesar mientras lo trataba de calmar con un tenue y cansado arrullo.

Negro como aun es la noche en el convento y fuerte como un animal que trata de escapar de una jaula es mi café a las 7 de la mañana cuando le doy el primer sorbo que entra y cubre mi garganta, que llega a mi estómago y como una bomba calienta el centro de mi cuerpo y a pesar del calor de la mañana no tiro ni una sola gota de sudor.

Lo disfruto de principio a fin y sin importarme que las demás mujeres del lugar me reclamen por qué no les prepare a ellas uno o me dirijan una mirada molesta e incómoda. Pinches viejas huevonas.

Ya con energía en mi sistema salgo del lugar con una canasta llena de galletas y panes que vendo en el pueblo y hasta ahí días en los que vendo más que eso.

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