Un día, un día que transcurría con normalidad en el puesto
de galletas se convirtió en un asalto a mi intimidad y a mis nervios cuando
llego en una patrulla de la policía federal aquel hombre alto, moreno, algo
fornido, de cabello corto y ojos oscuros.
El gobierno estatal había solicitado apoyo al poder judicial
para que les enviaran policías federales tras una oleada de asesinatos,
secuestros y homicidios recientes en el pueblo. Algo que ocurría desde siempre
solo que con una diferencia; había aparecido el hijo gay del gobernador con
cinco plomazos en el cuerpo en un motel junto con su pareja igualmente
balaceada. Alguna información no fue dada en los noticieros, pero los del
pueblo lo sabíamos.
-Madre, vengo a confesarme- Me dijo con sus lentes oscuros
de policía y con una seriedad que por lo menos a mí me mata y me produce algo
en el cerebro que me atonta y entre las piernas que me empieza a temblar.
-Lo siento, pero yo no estoy capacitada para hacer eso. Solo
los padres- Le dije desde mi silla de plástico en la que estaba sentada.
-Entiendo madre, pero es una emergencia y necesito sacarlo
de mi pecho- Y por estúpida mire su pecho; tenía buenos pectorales.
Me quede pensativa un momento sabiendo que iba terminar
aceptando y así le dije y acomodamos un par de sillas en su respectiva
posición.
-Sin pecado concebido- No lo veía, pero sentía su seriedad y
con eso me bastaba.
-Amen, dime tus pecados hermano-
-Antes que nada madre
Carmelita, le quiero decir que por nada del mundo voltee a verme el rostro de
ahora en adelante- ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Qué está pasando? –Segundo, le voy a
hacer unas cuantas preguntas y necesito que me conteste con la verdad. Ante cualquier
sospecha que usted me tendrá que acompañar y las cosas se pondrán feas. ¿Entendió
lo que le he ordenado?-
¿Ordenes? Yo no sé acatar órdenes. ¿Qué está pasando? ¿Quién
es este tipo? ¿Sera otro narco vestido de policía?
-Honestamente no tiene por qué contestarme esa pregunta; de
todos modos tendrá que hablar o se tendrá que olvidar por un tiempo de sus
escapadas por las noches, de los tragos, los hombres y los moteles baratos- …este
hijo de puta ya me había investigado, me ha seguido. Carajo, que pena.
-Cuénteme de los narcos que vienen a confesarse con usted,
quiero sus nombres y sus actos. Cuantos hombres y mujeres han matado. Para
quienes trabajan y cuanta droga transportan por la frontera madre- No había
dicho ni una sola palabra desde que se sentó y ya me sentía sin aliento.
-No, no puedo hacerlo- Espero que me haya escuchado o ¿es
que solo lo pensé? Se lo volveré a decir.
Pero me interrumpió, si había escuchado.
-¿Es acaso por ese maldito celibato de las monjas en donde
ustedes no pueden hablar de los pecados de las demás personas? ¿No saben que están
encubriendo hombres malos y pueden salvar cientos de vidas?- Este parece ser un
buen policía, de los pocos. Por su forma de hablar.
-Escúcheme y escúcheme bien. Puede confiar en mí, jamás me
han sobornado y tengo tantas ganas como la gente de este pueblo que las
masacres que ustedes viven se acaban. Necesito que me de pruebas para mandar a
esos tipos a un penal o deportarlos, en verdad lo necesito- Sus palabras son
honestas.
-No podrá, son intocables- Otras palabras sinceras.
-Claro que podre. Aquí estoy yo para cuidarlos y cuidarla a
usted también- ¿Cuidarme? –Estaremos en contacto, cuídese-
Cuando sentí que se iba a parar de la silla lo detuve con
una mano en su hombro, mi mano izquierda en su hombro derecho.
-Su nombre oficial. Quiero saber el nombre del hombre que estará
con el señor pronto-
-Arturo, Arturo Cárdenas, para servirle-
Se levantó y se fue.
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