jueves, 18 de diciembre de 2014

Castidad. Parte 5

La noche se acerca y los animales están por salir, las bestias sacaran sus garras y las presas correrán a sus guaridas. La noche es para nosotros y para nosotros esta la noche.

Amén.


De las ganancias que se sacan en el día algunas monjas dan la mitad o todo para la iglesia; lo que cubre nuestros gastos como servicios de agua, luz y gas; y otros como comida, bebida y un cuarto. La otra mitad es para nosotras, para nuestros gastos.

Son entre las seis y siete de la noche y regresamos todas a nuestro convento; tomamos misa y agradecemos por un día más.

Regreso a mi alcoba y recuerdo porque me gusta tanto, esa vista a todas horas y esa barda que esta debajo que puedo saltar con facilidad y escaparme en la noche sin que nadie se dé cuenta. Y eso… eso es lo que hago.

Me cambio de ropa y saco algo más apropiado de mi closet. Unas botas, un pantalón de mezclilla entallado, una blusa y una chamarra. Unos aretes, un collar y una pulsera. Unos cuantos cientos de pesos y un gas pimienta.

Me persino antes de salir por la ventana en la ahora oscuridad del pueblo y doy el primer paso.

En los cuantos minutos ya estoy caminando en la calle y tomando un taxi que pasa solitario. Le pido que me deje en la zona de bares del pueblo y en menos de una media hora ya estoy entrando a un lugar que no conozco pero dispuesta a experimentar lo que se presente en la noche.

Doy el primer trago y ya un hombre se me acerco invitándome otro y sin refutar acepto su petición.

Uno más de los que no recordare su cara y que no me importara, uno más de aquellos hombres que me han invitado algo de tomar, con los que he platicado, acostado y drogado. Uno más que es narco.

En dos horas ya estamos platicando cómodamente y ya esta empezando a invitarme a irnos a un lugar más cómodo.


No escribiré lo que le hice a su verga y ni lo que él le hizo a mi cuerpo en la alfombra, en la cama y en la terraza del cuarto barato del hotel que si conozco. Y todo eso entre líneas de una deliciosa coca.

Ya son las cinco de la mañana y lo dejo tirado en la cama sin unos cuantos billetes y con su arma en el buro del cuarto. He de tomar un taxi de regreso a la ventana que da a mi habitación.


La vida es dura, pero es más dura la verdura. 

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