Mi cuarto es maso menos de dos metros por dos metros
alumbrado por un foco desnudo; que por cierto es ahorrador, puedo ser una
maldita pero no quiero gastar mi dinero en algo que se puede disminuir. Tengo
un pequeño closet de madera que está protegido por un candado de combinación;
la razón de esto es porque aparte de tener ahí mis togas para la iglesia tengo
mis vestidos con los que consigo bebidas gratis y las chamarras de piel que me
dan los hombres con los que me he acostado, aparte de una caja fuerte con demás
cosas como joyas, dinero, drogas, alcohol, discos de música y cosas para
entretener mis necesidades de mujer; que son muchas. Una mesita en un costado
de la cama en donde tengo un pequeño ventilador para las noches calurosas y mi
cama claro esta.
Ahí una ventana que da a las montañas en el amanecer, al
valle en las tardes y a la Luna y sus estrellas en la noche. Es lo que más me
gusta de este cuartito.
Me levanto y me dirijo a un baño en donde me doy un duchazo
frio y rápido para no llamar la atención de las demás madres que aunque lo
nieguen; son demasiado chismosas. Me gusta cantar en la regadera y pasar mis
manos por mí no tan pronunciado cuerpo pero al final de cuentas cuerpo de mujer
que muchos hombres en este lugar quisieran poseer.
Después de cepillarme el cabello y vestirme como la monja
que supongo ser voy a la capilla en donde me siento en las bancas del frente y
me hinco para rezar por quince minutos. Platico de lo que hago, a donde voy y
que pienso con mis papas que están espero en el cielo; los saludo y les digo
que espero estén bien.
Son quince minutos donde puedo planear mi día, platicar con
la gente que ame, desearle el bien a la gente que conozco y a la que no
conozco. Son quince minutos donde el silencio me acompaña y solo me escucho a mí.
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