sábado, 2 de junio de 2012

El fin del asesino. Parte 7

Escuchaba el viento pasar por entre las ramas de los árboles  y como bailoteaba con las hojas del suelo. La Luna me proyectaba pasivamente mientras yo, enfrente de un montículo de tierra, la miraba tranquilo, enamorado de su aspecto y su ingenua virginidad siendo mi sombra la única acompañante que esperaba y que había.

Estaba vestido casual, un pantalón de mezclilla, un par de tenis con tierra de lugares de cualquier tipo y una playera cualquiera. En mi mano derecha estaba la pala que había utilizado para hacer un hoyo en la tierra y luego para devolverla ya con el cuerpo del fortacho envuelto en plástico en su totalidad, los gusanos no tardarían en perforarla y comerse la carne y beberse la sangre coagulada.

No había ningún rastro de sangre en el hogar, ni una sola gota; para eso era el forrar el cuerpo, no salpicaría la sangre y la tina para que no tuviera que limpiar, era solo cuestión de quitar el platico, hacerle un nudo y tirar la ahora bolsa junto con el cuerpo. Era una buena noche.

Recogí todas mis cosas y partí en mi auto a un bar, no podía arriesgarme a ir a mi hogar. Era un lugar de mala muerte frecuentado por alcohólicos, prostitutas, parejas problemáticas y uno que otro marido o esposa que llegaban a sacar las penas después de una disputa en su respectivo hogar. Ahí estuve durante toda la noche hasta que amaneció, sentando en una mesa colocada al lado de una ventana, bebiendo la desagradable cerveza que provocaba que me uniera a la hermandad de aquel lugar y así pasar por desapercibido.

Ya eran las seis de la mañana, pague la cuenta, deje algo de propina a la joven cansada que siempre preguntaba “oye… ¿no quieres algo más?” en tono seductor, pero siempre le contestaba “no gracias, cuando me acabe esta me traes otra” y ella al final solo movía la cabeza afirmando la orden y alejándose de mi mesa.

Llegue a mi casa, me di un baño y me dispuse a dormir por toda la tarde.


Ya eran las siete de la noche cuando desperté, me levante, comí algo, me di un baño y me arregle para salir a la junta religiosa de apoyo, donde sabría que la mujer ahora viuda estaría.

Llegando a la iglesia lo primero que vi fue un grupo de personas amontonadas en la entrada principal del convento. Me estacione y me dirigí al grupo en que ya se oían gritos de agonía, llanto y reproches de los demás compañeros del grupo de AA.

Cuando al fin llegue vi que todos miraban a la mujer que había visto como su esposo la golpeaba y como ella se iba de su hogar la noche anterior. Estaba destrozada, su cabello estaba hecho un lio, su cara hinchada de tanto llorar y su voz quebrada que decía:

“Se fue, ahora que voy a hacer. Perdóname, no me quería ir, sé que no querías golpearme pero tú eras el que traía el pan a la casa ¿Ahora qué voy a hacer? ¿Cómo voy a alimentar a mi hijo?”

Y repetía esto una y otra vez llevándose las manos a su cara e hincándose enfrente de todos nosotros.

¿Qué hice? Me pregunte.

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