martes, 27 de enero de 2015

Castidad. Parte 13

En la mañana, en la tarde y en la noche. Todo el día y todo el día. Bajo la fresca noche, cubiertos por la humedad de la mañana, en los brazos del calor de la tarde.

Su sudor, su aroma, su sabor, su piel, su cabello, sus ojos, su aliento, sus manos, su fuerza, su entrega, su lujuria, su potencia, su aguante, su esfuerzo, sus sonidos, su voz, su miembro; etc. Era perfecto.

Le quería dar todo lo que tenía y hasta lo que no, todo lo que se me ocurriera e imaginara, mis más grandes fantasías y deseos, todo mi cuerpo y todos mis sentimientos, todo mi amor y compasión, toda mi furia y todo mi poder.

Yo no era perfecta pero con él, en donde fuera y como fuera; lo hacía perfecto. Solos él y yo aun sabiendo de que tenía que regresar al convento pero no me importaba; ese momento era perfecto y no me importaba tener sed o hambre, estar cansada de pies a cabeza, sudada y mal oliente; nada importaba y nada me importaba de él con su espalda rasgada por mis uñas, su cuello rojo de mis dientes o sus gotas de sudor que caían sobre mi cuando él estaba arriba de mí. Nada, nada de este mundo me satisfacía, excepto él y solo él. Lo amaba.

Pasó una semana y me pidió que nos fuéramos juntos; que desapareciéramos de este mundo dejando nuestras vidas atrás comenzando de cero pero uno acompañado de otro. Acepte sin dudarlo recordando que tenía dinero y joyas que podríamos vender en la caja de seguridad de mi armario en mi recamara en el convento.

Se suponía que iba a ser un viaje de entrada por salida mientras que él también iba a hacer lo mismo con sus cosas que dejo en el campo militar. Era el todo por el todo y estábamos dispuestos a hacerlo.

Ese mismo día me dejo en el pueblo para que pudiera tomar un taxi e ir al convento mientras él iba al campo militar. Nos despedimos de un beso, un apasionado beso mientras él me tomaba de la cadera y yo lo tomaba a él del rostro. No dude y me baje del auto y al primer taxi me dirigí a la barda en donde brincaría a mi cuarto, entraría por la ventana, tomaría la caja y volvería a salir y así fue; no pasó nada fuera de eso, solo lo planeado.

Iba caminando por la calle con mi caja entre las manos esperando a que pasara un colectivo pensando en él, en sus besos, en sus caricias, en su fuerza y en todo lo que me hacía sentir. Caminaba con una sonrisa de placer total.

No hay comentarios: