Ya habíamos salido del pueblo y el Sol comenzaba a erguirse
sobre las praderas iluminando las casitas y al ganado que pastaba
tranquilamente.
Era una mañana húmeda y calurosa, con el cielo despejado y
el cantar de los pájaros. Pudo ser una mañana casi perfecta de no ser por el incómodo
silencio del auto.
Llegamos a una casita de madera rodeada de pradera en donde
se estaciono en el frente y me pidió que me bajara. El calor era aún más intenso
afuera del auto así como el sonar de los insectos en las mañanas; un sonido
ensordecedor.
La casita estaba maltratada por la madera podrida dada la
humedad y daba un aspecto de estar inhabitada pero no del todo. Era de una
planta y en el frente tenía solo una puerta y un par de ventanas por los dos
lados de está. Faltaba la mecedora con un perro dormido a los pies de ella para
que fuera una casa de un típico granjero americano, como los que muestran en
las películas americanas.
Introdujo la llave, abrió la puerta y me invito a pasar. Un
catre con un colchón y una almohada, un par de sillas de plástico de esas de la
marca de cerveza que hay en las playas, una mesa redonda de madera con una
televisión vieja sobre ella y una puerta en donde supongo que estaba el baño. ¿Qué
más podía pedir? Estaba limpio, ordenado y estaba él conmigo en una casa en las
afueras del pueblo a un kilómetro de nuestros vecinos, rodeados de praderas con
trigales; en la tranquilidad del silencio de la mañana. Era un lugar en donde
podría vivir toda mi vida, sin nada más.
Me quede parada en lo que creo que era la sala, jaló un par
de sillas y me invito a sentarme con un gesto con su mano.
-¿Algo de tomar?- Me ofreció de espaldas; de esa espalda
amplia.
-No gracias- Le dije tiernamente con una postura de niña
buena sentada en la silla; con mis manos entre mis piernas juntas y cruzadas
por los talones.
Se agacho y saco una lata de refresco de cola. No me había
percatado del pequeño refrigerador del piso.
Tomo la segunda silla del respaldo y la coloco enfrente de mí
dándole un sorbo a su bebida y se sentó.
Nos miramos por un par de segundos, los que me parecieron
eternos hasta que dijo:
-Y bueno ¿Qué me quieres decir?- Y yo; yo le dije todo.
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