jueves, 8 de enero de 2015

Castidad. Parte 10

El auto se acercó a mí lentamente y yo sin poderme mover, era una sensación de querer salir corriendo por el suspenso pero también esa embriagante adicción de la curiosidad.

Se detuvo enfrente de mí y la ventana del pasajero fue bajando poco a poco.

-¿Subes?- Me pregunto esa voz seria pero muy familiar y aunque no veía su rostro por la oscuridad sabía que era él.

Mis movimientos han de haber parecidos normales para la gente que me observaba pero a mí se me hizo una eternidad el poder hacer llegar mi mano a la manija del auto y cuando la tome pareció que el tiempo se detuvo y vi todo lo que había vivido en ese maldito pueblo pasar frente a mí.

Todos esos nombres de hombres malvados y actos de violencia, todas esas familias que se habían quedado desamparadas por la guerra contra el narcotráfico; todas esas noches de deseos, de adicciones y de la creencia de que era amor, de que era una forma de cariño, de respeto; una salida de la realidad que veía y escuchaba a diario porque, eso era; una escapatoria de lo que vivía.

Si entraba a ese auto todo se quedaba atrás y todo empezaría a cambiar, mi vida y la de las personas que me rodeaban de una manera positiva o negativa. Era seguir viviendo detrás del alcohol, las drogas y el sexo con una máscara de pureza y divinidad o morir con un poco de dignidad y amor; amor a mis semejantes y a mí misma.

No sabía si lo estaba viendo a los ojos o solo a la oscuridad pero sentía su presencia, su pesada mirada sobre mí y sobre mis decisiones.

Decidir, siempre había pensado que había tomado las decisiones correctas en mi vida. Ser monja para tener todo pagado y vivir una vida corta pero al máximo, dejar a mi familia atrás olvidando los abusos y la pobreza, callar y mirar a otros lados cuando los poderosos cometían errores y delitos, tener el poder de escuchar la realidad tal y como era contada por sus protagonistas, etc. Esas eran mis decisiones, ¿esta lo seguía siendo?

No había vuelta atrás pero no tampoco podía dejar todo atrás así que solté la manija y le pedí que se fuera, que no debía estar ahí, que no iba a obtener nada de mí, que buscara otro modo para hacer justicia.

Reinaba el silencio y nada se movía; una brisa paso por mi cabello y un escalofrío proveniente del suelo escalaba por mis descalzos pies. El auto comenzó a andar.

Cerré mis ojos y un recuerdo vino a mí; una imagen de mi misma llorando cuando era niña en un trigal cuando mi padre abuso de mi por primera vez, luego una de mi llorando en el borde mi cama cuando después de que escuche por primera vez las maldades de los hombres mientras vendía galletas y luego una de mi llorando en el taxi de regreso al convento después de que un narco me golpeara con fuerza y me echara del cuarto semidesnuda después de tener sexo.

Las cosas no podían seguir así y grite con todas mis fuerzas, grite como nunca y voltee a ver el auto que se alejaba en la solitaria calle. Esté se detuvo y lentamente me fui acercando a él, llegue a la puerta del copiloto y sin dudar tome la manija y me metí al carro.


Arranco y nos fuimos de ahí. 

No hay comentarios: