martes, 6 de enero de 2015

Castidad. Parte 9

La sensibilidad de una mujer con todas esas curvas que cargan y la rudeza de un hombre con esa dureza que cautiva. Era dos hombres y dos mujeres los que estaban presentes en el cuarto y uno de cada sexo estaban disfrutando más de ese momento.

Lo veía sentado, viéndome; lo veía enfrente de mi rostro mientras yo estaba acostada y sentía su respiración, mirándome y luego besándome volviéndome en ese momento solo de su pertenencia. Me veía con los ojos cerrados con una lágrima en uno de ellos, con la boca abierta inhalando y exhalando el poco aire que tenía. Besando su hombro y tomándolo con fuerza de la espalda. Éramos dos, solamente él y yo.

Sentía sus manos, sus bocas, su aliento a alcohol, sus miradas lascivas, la fuerza del hombre cuando me tomaba de los hombros y de la cadera y la sensibilidad de la mujer cuando sentía sus montes cerca de mí al igual que su espectro depilado. Eran dos los que trataban de hacerme suya pero yo ya era de alguien y no estaba en la habitación.

Lo deseaba, lo imaginaba, lo fantaseaba; era mío.

-No puedo más, déjenme salir- Fue lo único que dije cuando de inmediato me pare del lugar buscando mi ropa, tomándola y saliendo del cuarto sin importarme estar desnuda. No podía seguir ahí.

Me coloque mis prendas con excepción de mis zapatos ya que iba a salir corriendo a la barra de alcohol a buscarlo, a decirle que lo había extrañado, que estaba preocupada por él; que le diría todo lo que sabía.

Justo cuando doy el primer paso siento como una mano me toma del hombro y me empuja con fuerza contra la pared, me toma del cuello y me pone sobre las puntas de mis pies.

-¡¿Qué te crees al dejarme así maldita puta?! ¿Quién te crees que eres? A mí me vas a dar tu coño ahora o sino me las vas a pagar pinche vieja estúpida- Era aquel narco con el que estaba en la habitación. Su voz era violenta al igual que su fuerza que ejercía sobre mi cuello, empezaba a asfixiarme pero eso poco le importaba, era más su orgullo de macho el que dominaba ahora. –A mí me vas a dar todo o si no te hare pagar, a mí nadie me dice que la deje ir-

No podía más e instintivamente arroje mi rodilla contra sus huevos liberándome de sus manos y tirándolo al suelo.

-¡Me las vas apagar pinche vieja pendeja!- Eran los gritos que sonaban en el pasillo mientras me alejaba de ese lugar descalza.

-Hombre ¿no has visto a donde se fue un hombre moreno, un poco alto con camisa creo que de rayas, pantalones de mezclilla y zapatos negros que estaba bebiendo algo así como coca?- Fue lo que le pregunte al cantinero gordo y elegante.

-No, lo siento. Solo vi que se tomó su bebida con rapidez y se fue algo enojado a la puerta de salida; pero nada más, lo siento mucho señorita, en verdad. ¿Era acaso alguien importante?- Decía la verdad y preguntaba consternado.

-No lo sé, pero necesito hablar con él- Fue notable mi decepción.

-No pues, ojala lo encuentre. No fue hace mucho que se salió, corra y tal vez lo vea afuera- Y sin duda eso hice.

Salí del prostíbulo con rapidez sin importar empujar a la gente que iba entrando y me pare en medio de la calle esperando ver algo.

El calor era de humedad en el pueblo pero el asfalto estaba frío.

Mire en todas direcciones con mis zapatos en la mano pero no logre verlo. Se había vuelto a ir.


Baje la mirada y camine de regreso a la banqueta cuando unas luces de un auto se prendieron y me deslumbraron haciendo que me tratara de cubrir la vista con el ante brazo. 

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