domingo, 29 de abril de 2012

El fin del asesino. Parte 2

Llevaba más de tres meses limpios, yendo a pláticas de alcohólicos que pensaban que tenían problemas en sus vidas. Que la esposa me había dejado, que mis hijos me odian, que perdí mi trabajo, etc.… no eran personas con problemas solo deprimidas e inútiles y le echaban la culpa al líquido, pero yo ¿A quién o a que señalo como causante de mi estado mental? Lo podría señalar como un enervante que llena mi cuerpo de adrenalina y me hace feliz por el momento que dure. Por tan solo un par de minutos logro ser quien soy y no tengo que ocultarme en una máscara que es de lo más hipócrita ante las personas que me rodean. Sé que esa no es una vida pero me funciona, me funcionaba hasta que decidí poner un alto y tratar de ser algo más, una mentira ante la sociedad.

Logre un buen puesto en una fabrica automotriz, tengo un buen auto, una buena casa, un perro que me espera cada noche que llego y me mueve la cola preguntándome como me fue en el día y ¿una pareja? No puedo tener una pareja, no viviría mi vida una mujer inocente que se enamoraría de una mentira pero aun así había una persona que estaba ahí. Ya se han de imaginar cómo es nuestra supuesta relación, excelente para ella, un enigma para mí y una bomba de tiempo.

-Hola, soy adicto- y empiezan los aplausos de esas personas que tienen “problemas”. Me senté en la silla reclinable y una mujer se levanto temerosa y con un semblante de alguien asustado ante algo que ve, tenía la ropa arrugada, no estaba maquillada como cualquier otra mujer que había en la sala de la iglesia donde nos teníamos que presentar cada último domingo de cada mes, su cabello estaba revuelto y sus manos temblaban precipitadamente, era una drogadicta. Pero lo que más me llamo la atención fueron los golpes que traía en sus brazos, piernas y en la cara, sobre todo en la cara pero también las quemaduras de  cigarrillos en su cuello y en los muslos; una mujer golpeada por su esposo.

-Hola, soy drogadicta- aplausos – soy cajera de un supermercado, tengo un hijo de dos años y mi esposo me golpea cada noche que llego a casa- ahora no hubo aplausos solo el comentario del padre de la iglesia.

-María, ¿Por qué no lo denuncias?- decía el predicador pasivamente con sus manos sobre el regaso.

-Porque me golpearía más y como es policía saldría luego luego y dios sabe que hará, no quiero que lastime a mi hijo- Le contesto agitadamente mientras le brotaba sudor de su frente, continuaba parada y en señal de derrota ante el silencio que se hiso en la habitación se sentó lentamente.

¿Quién dijo que solo venía por mi? Este tipo de lugares son los adecuados para encontrar gente mala. Lo bueno es que ya empezaba a extrañar lo que soy y esa pulsación sobre mi cuerpo que me decía que había encontrado al próximo sujeto que sufriría por sus consecuencias.

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