Ya habían pasado más de 3 meses desde los anteriores
atentados y la paz había regresado. Los niños habían regresado a los parques,
los padres habían vuelto a sus aburridos trabajos, las madres habían regresado
a sus clases de baile en donde se regocijaban con el sexy profesor y los
noticieros daban la noticia día tras día de nuestra captura y del proceso
judicial que llevábamos; de como el astuto y profesional proceso de justicia
había dado con la pareja acreedora de los hechos que hasta ahora habían matado
a más de 200 personas en solo dos acciones y que se había “atrincherado” en un
departamento en la ciudad donde ya no tenían nada que comer y se tuvieron que
entregar a las autoridades.
La verdad es que se tardaron un mes en encontrarnos
desayunando en el departamento de aquella mujer. Fue un domingo por la mañana
cuando estábamos sentados en la barra de la cocina desayunando un rico jugo de
naranja con unos huevos con cubiertos con mole y unas tortillas asadas;
mientras escuchábamos música clásica de jazz. Llegaron azotando la puerta y
gritando leperada y media pero eso sí; jamás nos tocaron y cuando los veíamos
bajaban la mirada temerosamente aquellos policías de fuerzas especiales.
-Eran siete los policías los que nos apuntaban con sus armas
largas mientras nosotros seguíamos comiendo y todo paso tan cómicamente que es
inevitable no reírse.- Le decía al “licenciado” que no dejaba de verme con una
mirada de intento de seriedad.
-Imaginen la escena, una pareja desayunando tranquilamente
en la cocina con música de jazz de fondo cuando de pronto, ¡Boom!- Golpeando la
mesa con mis puños haciendo que los policías que me cuidaban brincaran del
susto –Tiran la puerta unos policías que hacían más ruido afuera del
departamento que adentro. Entraron gritando animadamente “¡quietos!, ¡manos
arriba hijos de su tal para cual!”- Ahora mis manos se posicionaron como si sostuvieran
un arma, cerrando un ojo y yo les apuntaba a los policías que se ponían
nerviosos ante el peligro invisible y al final apuntándole a aquel hombre de
traje viejo que me miraba sin parpadear. Pasaron unos segundos y con una
sonrisa en mi rostro tire del gatillo y con mi boca hice un gesto de explosión.
Regrese las manos a la orilla de la mesa de metal de aquel
cuarto gris con una lámpara colgante y un vidrio grande en vez de pared.
-De pronto se hizo el silencio en el departamento y solo se
escuchaba la música de fondo. Se les habían agotado las ganas y la ansiedad; y
nosotros seguíamos desayunando tranquilamente hasta que aquella mujer los vio
de frente y les ofreció una taza de café. Se levantó de la mesa y todos le
apuntaron a ella, pero no se detuvo. Les dio la espalda y fue cuando se escuchó
un murmullo de un policía que jamás olvidare.- Cerré los ojos y dije
temerosamente tartamudeando –Quieta, por favor-
-¿Quién es ella?- La segunda pregunta del licenciado que me
hacía. La primera había sido, “¿qué paso?”.
-Todo a su tiempo querido- Le conteste como una madre le
contesta a su hijo cuando pregunta quién es su verdadero padre.
-Ella se levantó y fue sacando tazas de café, una por una y
me las fue colocando en la mesa. Se dio la vuelta y los miró, miro como la
apuntaban con sus armas y ella solamente levanto el dedo y los contó. Se quedó
pensando unos instantes y después se dirigió al lava trastes y empezó a lavar
una taza. “Perdón, es que faltaba una”, fue lo único que dijo cuando ya las
tenía todas formadas y las empezaba a llenar con café recién hecho y solamente
preparado para ellos-
-¿Qué tenía el café?- Ahora se animaba a preguntar más.
-¿Cómo que qué tenía el café? ¿Es en serio que me está
preguntando eso? A ver, usted- Le dije a un policía que alzo su arma ante el
movimiento de mi mano señalándolo –Tráigale una taza de café a este tipo que no
sabe que tiene el café- Se quedó quieto sin hacer nada y eso me enojó -¿Qué no
entiende? ¡¿Qué traiga una taza de café al licenciado?!- Solo pasaron unos
segundos cuando se abrió la puerta del cuarto y un hombre entro con una taza de
café de cartón. –Así me gusta, que sean útiles-
-¿En qué estaba? A si, ninguno tomo su cafecito y se quedaron
parados con sus pesadas armas. Ya para terminar, nosotros terminamos nuestro
desayuno; nos levantamos y me pare enfrente de uno de los oficiales con la
punta del arma tocando mi frente. Levante mis manos y le dije- Repetí el
movimiento sentado y viendo ahora al trajeado –Listo, ya nos puedes llevar pero
ustedes lavan los platos porque no quiero regresar y verlos ahí todos sucios-
Me relaje de nuevo bajando las manos y volteando a ver a
todos dije –Y eso fue todo, eso fue lo que paso-
-¿Qué hay en el paquete
número treinta y uno?- Esa era la pregunta esperada.
-Primero quiero comer y después esperaremos un poco; a las
siete de la noche para ser exactos-
-¿Qué va a pasar a las siete de la noche?-
-Quisiera una hamburguesa con papas a la francesa y con una
malteada de vainilla no muy espesa, por favor-
-¿Qué va a pasar a las siete de la noche?-
-Y quiero comer con ella-
-¿Porqué?-
-Porque quiero comer con ella, así de simple y así de
sencillo- Me recline sobre la mesa acercándome a su rostro. –Y no se vayan a
tardar porque me pongo muy impertinente su tengo hambre-
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