jueves, 11 de abril de 2013

Las praderas donde la deje.


Entre mis brazos se sostenía con la cabeza caída por el peso del cuello a uno de sus costados. Yo veía su nuca y trataba de aguantar esa ese cuerpo que ahora apenas podía respirar por una cortadura no muy profunda a la yugular; lo que le daba unos últimos minutos de vida en el mundo que los creamos juntos.

Se oían las gotas caer de su mentón y se observaban como los trazos rojos paseaban por su cuerpo hasta llegar a los dedos de sus pies en los cuales se empezaba a juntar un charco espeso y de color rojo. Su ropa sudada y húmeda por la sangre dificultaba que la sostuviera con firmeza.

Yo estaba de pie viendo su nuca, su espalda y la parte de atrás de sus piernas dobladas por la falta de fuerza; mis brazos la sostenían de las axilas formando una “L” y su cabeza estaba a un costado mío.

No podía ver sus ojos pero deducía que su mirada estaba perdida y que sus pupilas perdían tonalidad aunque se dilataban conforme el tiempo pasaba. Por su boca abierta no por decisión entraba aire frío que trataba de respirar pero apenas podía al igual que por la nariz; el aire estaba frío y no circulaba con facilidad por sus pulmones ya que solo podía tragar el propio liquido que tenía en su cuerpo, que la mantuvo viva y que ahora se le escurría por el cuerpo.

Trataba de hablar pero no formulaba ninguna palabra y yo no estaba dispuesto a decir nada. Solo quería que el silencio se apoderara de la situación y que el tiempo pareciera que transcurriera lentamente, no por satisfacción ni porque se  lo mereciera sino porque era lo correcto, podíamos manejar el tiempo y éramos dueños de lo que hacíamos.

Su cuerpo se empezó a convulsionar a tensar hasta que se detuvo al igual que su suave respirar. Al fin había caído muerta ante mis brazos.

Deje caer su cuerpo al suelo y pareciera que así fuera cayo como si se hubiera acostado en su cama con sus ojos precisamente fijos al cielo que nos cubría viendo las nubes que paseaban y sintiendo el aire que movía las praderas a nuestro alrededor. A lo lejos los truenos retumbaban del otro lado de las montañas y la lluvia se aproximaba a donde estaba ahora yo solo.

Deje un beso en sus labios antes de que pasara, sentí su mejilla antes de que sucediera, toma su abdomen antes de que ocurriera, la sujete de los brazos antes de matarla, sentí su latir antes de que parara, olí su aroma antes de que el metal se apoderara del ambiente, mis manos recorrieron su cabello antes de que cubriera su herida final. Le hable con un susurro antes de que guardáramos silencio.

No dejaba de ver sus ojos perdidos, no dejaba de recordar todo lo que pasamos, no dejaba de sentir algo que ahora se iría desvaneciendo. No dejaba de sentir la cortada que ella antes me había hecho en el medio del pecho perforando mi piel, músculos y atravesando mi corazón. Ya no sangraba pero pareciera que aun lo sentía latir por ella, por su risa, por su sonrisa, por sus ideas, por su cuerpo; por ella solamente.

Pero ahora los dos estaríamos juntos y nada nos separaría, el mundo era nuestro y podríamos viajar sin que nadie nos viera y sin que tuviéramos necesidades, solo el de estar nosotros juntos de nuevo.

Viendo su cuerpo sentí una mano empezar a sostener la mía y sin ver, sabía que era ella. Y en las praderas fue donde la deje para que nos fuéramos en otra vida y por la eternidad juntos.

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