sábado, 6 de septiembre de 2014

Dulces Labios. Parte 20

Todo fue tan rápido. Todo pasó enfrente de mí y no supe que hacer. Todo era verdad y se acabó en un abrir y cerrar de ojos. Así como llegaste, te fuiste. Así fue que termino todo.

No pude parpadear cuando pasó y mucho menos darme cuenta de lo que seguía. Solo estabas tú… acostada en lo que quedaba de la cama, con los ojos abiertos viéndome con intriga como los policías me levantaban del suelo rápidamente y me sacaban del cuarto esposado. Lo último que vi de ti fueron esos labios, rojos, carnosos, seductores y tan prohibidos.

Me llevaban a rastras en el pasillo los dos policías que primero habían entrado a la habitación tirando la puerta en el momento que jalaste el gatillo. No eran muy altos y no recuerdo sus nombres pero si haber visto sus placas.

No paso mucho tiempo cuando vi a tu novio, tirado en el pasillo sin vida. Cerca de él había una cuerda y una silla. También tenía los ojos abiertos pero él veía el tapizado crema de las paredes. Pase por su vista y sentí que me observaba, sentí como sonreía y se reía satisfecho. Solo lo vi dos veces en mi vida, cuando llegue al motel ilusionado de salir con una sonrisa y cuando salí de esté, esposado con dos policías en mis costados; pero nunca se me olvidara su rostro ni ese cuello morado que portaba.

Salimos del motel entre periodistas, luces de cámara, policías, patrullas y ambulancias. Todo era ruido, todo era caos, nadie sabía que hacer o decir con excepción de seguir a aquel joven al que le hacían preguntas de los hechos, esperando respuestas que nunca llegaron y que no lo iban a hacer nunca.

Me subieron a la patrulla y aventándome la puerta el auto arranco. En la ventana se aventaban las personas tratando de encontrar algo más, algo que les diera un mejor puesto en sus trabajos o simplemente encontrar como molestar a alguien más, a esa persona que estaba sentada semidesnuda sobre el frío plástico de los asientos de atrás de los autos policiales.

No me importaban ellos, ni sus comentarios o preguntas; yo solo trataba de alzar la vista para no perder la puerta principal del motel ilusionado de ver algo más que policías entrar y salir y ahí fue cuando la vi.

Escoltada por paramédicos y policías y con una sábana por encima; la camilla que cargaba a aquella mujer, lo sabía porque la sabana estaba manchada del rostro que trataba de cubrir algo más que un cuerpo.

El motel se fue alejando al igual que el ruido, al igual que a la dama que vería en foto semanas después en la corte, al igual que al novio que se suicidó y que nadie recordara, al igual que mi dedo sobre esa alfombre maloliente, al igual que tres vidas; dos muertas y una que esperaría a la muerte y la ansiara.

Ya solo era en la calle la patrulla la que hacía ruido, la que transitaba sobre el asfalto cubierto por agua de lluvia, la que se alejaba del lugar de los hechos; de los hechos que en verdad pasaron.

Secuestro y asesinato fueron los cargos. Al novio lo pusieron como mi cómplice que arrepentido se colgó en medio del pasillo del hotel. Mi dedo, producto de que se defendiera la mujer. El arma contenía en su mayoría mis huellas ya que yo la presione más al jalar más veces del gatillo haciendo presión en el mango. La bala, aunque con sus huellas; jamás me ayudo. Mis antecedentes, lo que me condeno aún más. Mis dedos en su cuello, sus costillas rotas y su rostro golpeado; la cereza del pastel.

A mis veinte años fui sentenciado a cincuenta en prisión sin libertad condicional. Tantos años porque un político quería quedar bien con su gente y ganar votos.

Violado, golpeado, drogado, tomado, comido, escupido, escuchando a travez de una ventana que mi familia moría, visitado y dejado de ser visitado, dormido y demás cosas viví dentro de mi reja, pero con solo una idea; volver a ese hotel, a ese cuarto y sentir de nuevo ese cuerpo frío, ese cabello largo y oscuro y ese corazón palpitar.

Salí por la parte de atrás del reclusorio con un objetivo que iba a cumplir en ese mismo momento, con un arma en mi pantalón  y una bala que conseguí dentro del recinto me subí a un camión y espere por tres horas más mi sueño.

El motel ahí seguía, la misma estructura pero con color diferente. Es increíble como prevalecen los lugares así. Ahora era parte de una compañía hotelera importante pero no dejaba de ser un motel de paso.

Otro joven era el que atendía el lugar pero yo lo veía igual a aquel que había dejado con los ojos abiertos viéndome salir escoltado.

La misma habitación solo que con otro número, con otra alfombra, con otra temática y con otro baño.

Camine por él recordando esos momentos; esas horas últimas de mi vida y la vi. La volví a ver como aquella noche, el antes y el después en ese instante en el que me senté en la alfombra viendo a la cama, donde ella estaba sentada.

Su cabello café, quebrado y largo; su tez blanca y fría; su altura promedio para una mujer y su complexión delgada; sus ojos claros e intrigantes, su nariz fina y hermosa y…

Y eso que me había cautivado, eso que ansiaba desde que la vi en persona luego en mis sueños y en mis pesadillas.

Saque el arma y le puse la bala justo como ella lo había hecho. Sobre mi sien como ella lo había hecho y cerrado los ojos.

La recuerdo sentada, jalando el gatillo y haciendo que un lado de su cara explotara manchando todo de rojo, abriendo sus ojos lentamente y su boca con un último suspiro, cayendo de lado sobre la cama y comenzando a verme mientras sangre salía de su cara y le daba color a su piel.

Recuerdo sus labios, sus dulces labios justo cuando jalo del gatillo; como ella lo había hecho.

FIN

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