jueves, 10 de julio de 2014

Un año siendo maestro.

Ha sido una experiencia gratificante antes de todo. He aprendido más de esos alumnos y alumnas que he tenido a lo largo de estos doce meses que lo que yo les podría haber asesorado en las materias de matemáticas, física, química, biología y hasta inglés.

Todo empezó con una necesidad personal de querer ganar dinero de alguna manera aparte de vender ciertos objetos que ya no utilizaba con regularidad. Hice mis folletos y los repartí en las casas aledañas a mi hogar. Los días pasaban y cada vez pensaba más que había sido una mala idea hasta que, el día llego.

Estaba en la universidad cuando me llega un mensaje de mi madre diciéndome que había ido una mamá a buscarme y a pedir informes para las clases y que me esperaba en su casa a cierta hora.

Fue una alegría de éxito, de que no había sido una mala idea, de que era el comienzo de algo nuevo; una oportunidad de comenzar algo que me gustaba, el ayudar a mis semejantes a entender ciertas cosas, a enseñar.

Me encanta enseñar y sentir esa satisfacción cuando veo que lo he logrado, que pueden hacer y entender lo que antes no y ese pensamiento al que llegas a obtener, ese razonamiento que te lleva a nuevas conclusiones e ideas. Es gratificante, hermoso, es como cambio y pongo mi grano e arena a la sociedad.

Es una distracción de mi mundo, es la gratificación personal y económica, es ser más que un profesor; sino un amigo y un confidente, es esa alegría cuando te dicen que pasaron sus exámenes gracias a ti, a la confianza que les diste y a esas noches que les hacía ejercicio tras ejercicio para que estuvieran lo mejor preparados para afrontar esas temibles hojas que medirían su conocimiento.

Este año viví mi primer día del maestro siendo uno y dando clases. Me regalaron unos chocolates y me felicitaron; la felicitación valió más que mil cosas.

No voy a dejar de seguir haciendo lo que me gusta, lo que me apasiona y con lo que ayudo a la sociedad.

Hoy es un año a mis veinte, pero que cuando tenga setenta años no haya dejado de hacerlo y tenga miles de anécdotas que contarles a esos estudiantes que se preguntaran mi edad y que cuando faltare para que ellos tengan el día libre.

Por algo se comienza a cimentar ese castillo en el que algún día viviré; ese castillo que no será más que de puro conocimiento y de toda una vida de experiencias.

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