Llegue al trabajo tranquilamente, salude al policía “buenos
días” como un trabajador normal. Me dirigía a mi oficina pero siempre que
volteaba miraba un rostro familiar y lo saludaba con un ademan con la mano.
Tenía una oficina independiente de las demás, de buen tamaño y con un buen
aspecto; siempre me gusto tenerla ordenada. Cuando me preparaba para sentarme
en la silla que muy pocas veces utilizaba mi secretaria de aspecto cansado y ya
de una edad madura entro en la habitación y me dijo las noticias del trabajo;
como cualquier otro día y me recordó que tenía una junta para presentar el
nuevo proyecto y al final siempre le agradecía aunque esa información ya la
supiera.
La tarde laboral transcurrió normal, la junta fue un éxito
con muchos aplausos y apretones de manos con empresarios que ni sabía sus
nombres pero si sus intereses y todos sonreíamos y reíamos de chistes que eran
solo frases con un tono humorístico “jeje”. No falto la hora de la comida con
los compañeros del trabajo que me invitaban a comer con ellos en un
restaurante, la cafetería de la fabrica o hasta de los tacos de la esquina, que
sin duda eran los más buenos y siempre terminaban hablando de la chica bonita
de la fabrica o de la jornada de futbol más reciente, y más risas “jeje”.
Salía de trabajar a las seis de la tarde y me dirigía directamente
a mi hogar para cambiarme de ropa y dirigirme a las platicas de “autoayuda para
adictos” en la iglesia de la colonia pero ahí es cuando dejaba de ser un día
normal, cuando entraba al armario y zafaba una pared sobre puesta y sacaba una
maleta con mis reales artefactos de trabajo. En un maletín metía todo lo
necesario y hasta de más, nunca se sabe.
Ya anochecía en la ciudad de la furia en la que vivía y
presagiaba que iba a ser una noche perfecta, oscura, silenciosa y emocionante.
Llegue a la casa del seños y entre a una de las puertas traseras del convento
en la que ya se encontraban mis amigos “adictos” y como el caballero que soy
los saludaba uno por uno y entablaba una conversación corta con uno de ellos en
la que hablábamos de cómo nos superábamos día a día, yo mentía. El padre salió
de un cuarto y nos invitaba a entrar a aquel en el que contábamos nuestros
problemas a gente que en verdad no conocíamos.
Entro la mujer, a la que iba a cambiar su vida desde aquella
noche aunque no lo supiera. Solo era cuestión de una hora de escuchar el
lloriqueo de alguien y después todo cambiaría.
“Aplausos”
El día empezó normal y termino igual, para mí.
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