jueves, 5 de diciembre de 2013

Un dedo sobre la piel.

La luz de la mañana fría corría por el piso blanco del cuarto mientras entraba sin permiso por la ventana e iluminaba poco a poco la oscuridad de un cuarto que guardaba algo más que objetos y fotografías.

Comenzaba a subir por la cama pasando por los pares de zapatos que estaba tirados y una que otra prenda hasta llegar al borde superior, un lugar donde las sabanas se juntaban y donde poco a poco dos pares de pies aparecían descubiertos pero entrelazados.

Los vidrios estaban empeñados de un lado y por otro la blanca nieve se iba derritiendo lentamente haciendo crujir el borde metálico que sostenía la ventana haciendo sonidos suaves y poco constantes.

Una sabana delgada cubría dos cuerpos que reposaban dulcemente en la cama, uno encima del otro. Él estaba debajo, viendo al techo y con un brazo abrazando el cuerpo de la dama que ocupaba como almohada el pecho del hombre. Ambos dormidos, ambos enamorados, ambos esperando su despertar mientras estaban inmersos en sus sueños; en donde eran reyes y creadores de sus propios mundos.

La luz inconsciente comenzó a pasearse por las piernas de ambos haciendo brotar humo de sus pieles que atravesaba la delicada sabana. Continúo avanzando hasta llegar a sus rostros anunciándoles que ya había amanecido y que era hora de volver a la realidad. Una realidad donde vivían juntos, donde iban al súper mercado por los víveres de la semana, donde hacían ejercicio los sábados por la mañana, donde los dos se veían al comienzo de su día y al final de esté en un día de la semana; donde los dos eras una pajera.

Los pies comenzaron a moverse acompañados de sonidos diversos; gestos de estar despertando en un día libre por la mañana.

Ella fue la primera en despertar, estirando sus piernas y brazos soltando un gran bostezo y abriendo poco a poco los ojos cafés que tenía; pasando sus manos por su cabello enredado pero liso y hermoso. Esto despertó al joven que de igual manera comenzaba a estirarse y a tocarse la cara como muestra de desagrado por la luz.

Tardaron varios minutos en estar totalmente despiertos y sin decirse ni una palabra o una mirada. Uno miraba al techo y otra a la ventana que estaba cubierta por una delgada capa de agua.

Era suave, delicada y tibia mientras que sus dedos comenzaban a recorrer su brazo con lentitud y en eso ella escuchaba su corazón palpitar de la misma manera que la noche anterior, ese sonido con el que se había arrullado hasta quedar perdidamente dormida.

Dejo el brazo y acomodando el cuerpo continuo tocando la espalda que no estaba del todo descubierta por una blusa delgada, pero no fue tomado como obstáculo; sino como un reto y un pretexto para poder explorar más allá.

Comenzaba a retorcerse y a besar el cuello del hombre que era víctima de unos labios con mente propia, pequeños y deliciosos. Subía poco a poco hasta encontrar una boca de la que salía un vahó de pasión, el efecto inevitable que le causa una dama a un caballero.

Un beso que parecía el comienzo de una eternidad, unas manos que paseaban por una espalda que comenzaba a estar desnuda, una ventana que permite más que solo luz de una mañana fría, un cuarto que guarda más que objetos tangentes y una pareja que comenzaba a estar junta.


El calor derretía la nieve. 

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