domingo, 22 de diciembre de 2013

Infantes.

La música retumbaba en el lugar, de pared a pared y los vidrios vibraban junto con el bajo de las grandes bocinas que prendían conforme al ritmo. Era música sin letra o con una muy escasa, los sonidos de una caja eran los que movían a la gente entre sus notas altas y bajas. Era una fiesta de las que llaman épicas.

Todos brincaban sin control y se movían dejándose llevar por el aire caliente que era producido por los cuerpos sudorosos que bailaban; por la pasión reflejada entre las parejas en los sillones y aquellas apoyadas en las paredes del lugar; y por el humo de cigarro de aquellos que lloraban por amores fallidos o que solo trataban de bajar su ansiedad de conquistar a aquella dama que les había regalado una sonrisa o a aquel hombre con el que habían bailado y que las había dejado sin aliento. Hombres y mujeres con los corazones agitados y sudor en sus frentes.

Las luces parpadeaban colores, era un arcoíris dentro del departamento. Rojo, azul, verde, amarillo, rosa, café; era increíble todo. Esas torres con focos hacían maravillas con el lugar, llenándolo perspectivas diferentes; a veces solo veías a las personas como si estuvieran pintadas de morado y de inmediato cambiaban, aparecían y desaparecían con diferentes posiciones a la anterior. Era un lugar mágico, parecía una explosión pero sin que nadie gritara de dolor, sino una explosión de sonrisas y alegría inyectado a todos de adrenalina.

En las mesas; caramba ¿cuál era mi vaso?, líneas finas de un polvo blanco pero no veía ningún pizarrón verde o a alguno de los invitados con cara de profesor, vasos rojos sin terminarse y con bebidas de muchísimos colores y hasta olores que me dejaban mareado, cigarros de todos los tamaños y especies pero todos con humo aun saliendo; algunos eras cafés otros blancos y otros hasta verdes. Que curiosos estaban pero no me atrevía a tomar uno, eran para los grandes. También habían unas pastillas pequeñas blancas regadas por el piso y en la mesa; había muchas personas enfermas ya que todos tomaban una de vez en cuando; espero no contagiarme de gripa.

 Pero no eran las personas que bailaban ni el lugar o la música o las luces de colores y ni siquiera las bebidas y demás cosas en la mesa lo que llamaba mi atención; sino eras tú, la mujer que estaba sentada a mi lado y que no me atrevía a ver.

El sillón era viejo y de color café, con uno que otro hoyo por donde se le salía el relleno y hasta en algunos se alcanzaba a ver el resorte plateado. Los dos estábamos sentados en él, a unos escasos centímetros de distancia. No hablamos con nadie, éramos los únicos sentados en silencio en el lugar  ya que otros se dedicaban a expresarse su amor; unos sentados encima de los otros con sus manos enredándose entre sus cuerpos que a veces suspiraban y otras estaban ocupados encerrados en la oscuridad de sus miradas sintiendo los labios chocar y hacer corto circuito en sus cuerpos. No es envidia, solo que algún día yo podría ser él.

Estabas totalmente recargada en el sillón con los brazos cruzados mirando a los jóvenes pasar frente a ti y lanzando uno que otro suspiro de aburrimiento. Yo quisiera estar dentro de ese suspiro para sentir el calor de tus labios.

Tu cabello oscuro, lacio y largo cubría solo un hombro tuyo; el que estaba más lejos de mí, dejando tu cuello desnudo y tú otro hombro siendo una tentación voraz para cualquier depredador.

Tu vestido era blanco y tan largo que llegaba a tus rodillas, con un cinturón negro que protegía su cadera y esa hebilla blanca que era el detalle que te hacia deslumbrar. Tus zapatos negros con un tacón no muy alto y unas pulseras blanca y negra en una de tus muñecas.

Tus piernas y brazos delgados; tu piel lisa, blanca y supongo suave; tu poco maquillaje que apenas alcanzaba a ver de reojo hasta que me viste y me regalaste una sonrisa. Dios, me vio; rápido deja de verla y ve otra cosa.

Tus labios con un tono claro de ser rojos, tus mejillas un poco resaltadas, tus ojos rodeados de un negro atractivo y ese ahora aroma que me llega quitando el olor de cigarro del lugar y ahora dejándome solamente con ese aroma fresco y seductor pero, esos labios; pequeños, curveados y… necesito volver a ver.

Me apoye en mis rodillas con mis codos y empiezo a jugar con mis manos que ahora estaban sudadas. Sentía esa adrenalina por el nerviosismo correr por mi cuerpo y esa clara necesidad de mi cerebro de volverla a ver y lo hice girando lentamente mi cuello hasta poderte ver otra vez de reojo.

Impensable que te encontraría aquí, esas mejillas, esos ojos oscuros, esos labios.

Volvía a ver mis manos y me pregunte que era; las 23:11. No tardaba en irme. Mire al frente y vi a una pareja que peleaba y discutía hasta que ella soltó un par de golpes al hombre y se fue dejándolo a él parado y sin una palabra en su boca; no fue detrás de ella.

Seguí viendo a mí alrededor y vi a un par de parejas sentadas en una mesa cuadrada; los hombres sentados enfrente de las mujeres. Estaban jugando domino. Reían y bromeaban, a veces había miradas de odio y sonrisas de nerviosismo pero a lo lejos se mandaban besos con un gesto en los labios. Termino el juego y una de las mujeres pareció ganar por sus brazos alzados de victoria hasta que el hombre que estaba enfrente de ella se levanto de su lugar y atravesando la mesa la tomo del cuello y la acerco a sus labios dándole un beso. Apostaron besos, tal parece.

Regrese a ver mis manos y habían dejado de estar sudadas pero ella seguía mi lado, la sentía. Tenía que hacer algo, estaba a punto de explotar sino hacia algo antes de tenerme que ir.

Suspire y me arme de valor, pero necesite algo más para poder hacer algo pero de la nada adoptaste mi misma posición. Era ahora o nunca, que nerviosismo.

Tú tenías 10 y yo 9 años, estábamos ahí por nuestros hermanos mayores. Íbamos en salones diferentes y en años diferentes pero tenía que hacer algo pero, ¿qué podía hacer un niño en esa situación?

Hermano, ya vámonos. Escuchaba a mi hermano mientras lo veía haciéndome un gesto con las manos.

El tiempo lo tenía encima, tenía que hacer algo; me iba a arrepentir sino salía de ahí con saber que había hecho algo. Respiraba por la boca, abría y cerraba mis manos, parpadeaba sin saber porqué y sin pensar…

Tu piel sí era suave, tu aroma era más fresco de cerca, tu cabello también olía algo muy rico y el calor de tu cuerpo era más que envolvente. Te bese en la mejilla con los ojos cerrados tratando de prestar atención a mí alrededor y no a mi corazón que parecía que iba a salir de mi pecho.

Fue rápido pero para mí, pareció eterno.

Mis labios se despegaron de tu mejilla y regrese a mi posición para que segundos después me parara y alcanzara a mi hermano que ya se había adelantado. No mire atrás, pero sentía muchas cosas, algo más que no sé como decir que es. Solo que estaba pasado y sentía, era algo; algo grande, cálido y… y… se sentía bonito.

Mañana la escuela iba a dar playeras para la carrera del colegio por su aniversario así que todos tenían que estar presentables. Iba a ver caras conocidas pero por ahora me quedaba con lo que había pasado y eso que apenas habían pasado 2 meses del comienzo del año escolar.


¿Qué pasara el lunes que nos veamos en la escuela?

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