El atardecer caía sobre nuestros cuerpos cálidamente mientras
besaba apasionadamente tus suaves y deliciosos labios. Mis manos paseaban por tu
cuerpo sintiendo todo tipo de texturas y mis ojos permanecían en la oscuridad
viendo todo tipo de colores distorsionados. Sentía tu aliento en mi cuello y tu
corazón gritar por salir disparado por la alteración.
La gente alzaba la vista para vernos sobre el borde de la
terraza rosada del elegante restaurante de la ciudad. Vestíamos elegantes pero perdíamos
la compostura conforme al tiempo y a la caída de la luz del astro. Eran cientos
las personas que nos miraban por debajo, entre hombres y mujeres sus gestos
estaban repartidos pero todos en común, era de seriedad y normalidad.
El Sol bajaba y la temperatura igual.
Estabas en el borde de la barandilla mientras te besaba
apasionadamente como el amor que sentía por ti y abruptamente mis manos tomaban
tus brazos, te dejaba de besar y te empujaba sobre el borde.
Caías a la velocidad de la gravedad sobre la gente que seguía
inexpresiva, nadie grito, nadie lloro, ni un solo sonido se produjo. Toda la
ciudad estaba callada, viendo la escena.
Casi es de noche y el calor se va olvidando.
Abría los ojos, me acomodaba la corbata, la camisa y el saco
y volteaba con un aspecto serio. Alzaba la cara y veía a la misma mujer que había
desaparecido de la terraza hace unos momentos, tenía un vestido rojo que
arrastraba por el piso de mármol y un aspecto en el rostro que nadie
explicaría. Sus ojos eran penetrantes y más hermosos que nunca, su cabello
oscuro como la obscuridad que se aproximaba a nosotros y sus labios expiraban una sensación de
sensualidad y placer.
Se acercaba a mi lentamente hasta poderme tomar de los
brazos y llevarme a la barandilla del edificio, nunca dejaba de mirarme a los
ojos ni de respirar sobre mi cuerpo que estaba a su merced. Sus labios comenzaron
a aproximarse a los míos, cerré los ojos pero lo único que sentí fue su dedo índice
imponerse al beso que iba a ser eterno entre nosotros.
Abrí mis ojos, deje de inclinar mi cabeza y volví a ver sus
ojos que ahora se alejaban con todo y su bello cuerpo. Me daba su espalda
desnuda y perfecta. Caminaba lentamente hasta que se detuvo, su cuello giro suavemente
para mirarme; esa imagen fue indescriptible, estaba enamorado. Alzo su brazo y
coloco sus dedos en dirección a mi posición en forma de pistola.
Eran solo dos metros los que nos separaban, nos observábamos
fijamente bajo el silencio de la ciudad y de la gente que nos miraba
detenidamente. Yo en el borde de la rosada terraza y ella con una pistola por
mano.
Bajo el pulgar.
Un estruendo se escucho seguido por un hombre cayendo de
espaldas de un edificio elegante en el que su único atractivo era la terraza
rosada. Nadie grito o lloro, solo una sonrisa aparecía en el hermoso rostro de
la dama.
Ella miraba el final del día cuando un hombre apareció a su
lado y solo la tomo de la mano sin decir más palabras. Era el hombre que antes había caído.
-Te amo-
-Yo igual preciosa ¿Ya te dije que hoy te ves hermosa?-
-Creo que sí, pero oírlo otra vez me encanta-
La noche empezaba y el calor volvía.
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