sábado, 9 de noviembre de 2013

El tacto de tu piel.

Tan dulce, tan suave, tan lento, tan delicioso, tan atractivo, tan delicado, tan… real para mi mente.

El estremecimiento surgía en mi piel y en mi cabeza, los colores aparecían en mis ojos cerrados como fuegos pirotécnicos en una noche sobre el mar y mis manos temblaban sin pedir más que tu piel junto a la mía.

No me atrevía a verte sumergida en tus sensaciones y en tus emociones; solo me satisfacía sintiendo tus labios enlazados en los míos y tus manos pegadas como imanes entre mis prendas que me rozaban y me mostraban la fuerza que transmitías y contenías entre tus pensamientos que surgían en tu mente.

Tu cabello delicado y celoso de los labios no me soltaba las manos y pedía que no lo dejara de tocar con mi mano extendida entregada a él; entre mechones se perdían mis dedos y entre su textura mi tacto se enloquecía.

Ambos de pie frente a frente, con mis manos en tu cintura y las tuyas en mis hombros, con tu cabello dejándose guiar por el aire y con mí respirar cortado ambos teníamos los ojos abiertos y las bocas levemente abiertas. Respirábamos acelerados por la nariz pero exhalábamos atreves de nuestros labios que soltaban humo producido dentro de nuestro cuerpo que se unía y desaparecía en el aire al juntarse por su amor y excitación.

Estábamos solos y el amanecer nos comenzaba a invadir con los rayos de un Sol que corría hacia nosotros siendo testigo de nuestros actos pero el frío que había en el ambiente era impenetrable e imposible de quitar; para nuestra gracia, fue lo mejor que nos pudo pasar.

La luz corría de nuestros pies hacia nuestras caras que no se veían y seguían inmersas en esa sensación y atracción; humo comenzó a aparecer a nuestro alrededor como si estuviéramos en llamas, era el calor de nuestros cuerpos en una fría mañana que comenzaba a despertar. Las bocanadas de nuestros cuerpos explotaban al tocarse, crecían al besarse y desaparecían al unirse.

Lentamente entre los vahos de los labios el joven comenzaba a moverse al cuello, era lento y seductor, era tierno y quería transmitir esa sensación que tenía en el corazón por medio de sus besos a ese suave y sensible cuello.

Luego sus labios se volvieron a encontrar entre las emociones y ambos explotaron entre susurros y sensaciones de tacto. La delicadeza comenzaba a hacerse a un lado y la llama de un gran incendio comenzaba a crecer impetuosa a demostrar que poderosa entre su brillo y calor.

Como el humo del calor, como el vaho de sus labios, como el tacto entre las prendas y el cabello, como ese beso hecho de pólvora y como ese abrazo que nos dimos al final suspirando y sintiendo nuestros corazones agitados nos miramos inmensos de esa mirada que delata más que mil palabras; que decía el deseo, la pasión, el amor y la adrenalina de estar juntos entre el frío y la mirada de un Sol que nos comenzaba a someter en su calor.


No se habló de nada, no se tenía nada que decir; solo sentir.

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