sábado, 1 de noviembre de 2014

El frío de hoy.

Como dos pistolas tus ojos me miraron, como una bala te fuiste acercando a mi pasando entre todo lo demás, como el estallido tardío fueron tus primeras palabras, como la bala entrando por mi cuerpo fue la caricia con la que me tocaste, como un musculo rasgado fue el apretón de tus manos en mi brazo, como un hueso roto fue cuando con tu otra mano me tomaste del cuello y como la bala haciendo al final estallar mi corazón fue ese beso que me diste.

Al roce de los labios una onda expansiva provocamos y todo lo que estaba en nuestro alrededor salió disparado en distintas direcciones; pero los dos parados, como si nada estuviera pasando o eso creíamos.

Tu cabello poco a poco se fue elevándose por una brisa que crecía del piso al cielo y comenzaba a teñirse de rojo de las puntas a la raíz. Ese cabello que antes había sido negro como la profundidad del océano que divide dos continentes ahora era tan rojo como una rosa que florece por primera vez en otoño.

El piso se comienza a cimbrar y el primer sonido comienza a aparecer, el único sonido de la tierra que somos capaces de escuchar en nuestro acto. El crujir de todos los arboles del planeta, el crujir que hacen cuando se parten por la mitad, esa destrucción de la madre naturaleza; su grito de agonía e histeria.

Te veo como una fotografía; tu cara esta inclinada, con los ojos cerrados disfrutando del beso y tu nariz pegada a mi mejilla. En el fondo solo hay destrucción; edificios cayéndose, gritos de dolor de familias enteras que desaparecían, fuego por todos lados, el cielo negro con rayos cayendo de él; caos y pánico son la actualidad mientras tú me besas con disfrute y calma.

Y en un parpadeo, todo cambia; tu cambias pero no el entorno. Ahora estas sujeta con tus dos brazos de mi cuello y en un extremo de mi rostro esta tu cabeza que gime de placer; de un éxtasis que yo no estaba dando pero que tú estabas recibiendo. Tus piernas están enlazadas en mi cadera y tu cuerpo por completo pegado al mío. Tus uñas comienzan a enterrarse en mis hombros de los que ahora te apoyas y haces tu cuerpo hacia atrás provocando que tu cabello vaya de adelante a atrás. Fue en cámara lenta el momento en que tu cabello rojo primero cubre tu cara, después se abre como un ave cuando abre sus alas para comenzar su vuelo por el mundo y al final como choca todo detrás de tu cuerpo juntándose en una teoría de lazos y mechones.

Sonríes cuando llegas a lo más atrás que tus brazos extendidos te lo permiten y abres los ojos con la misma lentitud que el movimiento de tu cabello. Esos ojos cafés que antes conocía ahora eran verdes, luego grises, sin antes ser azules claro; eran de un color diferente en cada parpadeo que dabas.

Me miras con firmeza, con profundidad y en silencio. Ahora observo por encima de tu hombro y no veo nada. No veo el fuego, ni el pánico, ni el caos, ni el miedo o el llanto; no veo nada porque todo eso ya se había consumido y ahora solo estábamos los dos solos, sin un cielo azul ni arboles verdes; solo tierra.

Te tengo cargando de la cadera en todo este tiempo y cuando regreso la mirada para verte ahora todo cambio en ti. Tu belleza ahora era dolor.

De tus ojos salían grandes cantidades de lágrimas mientras tu rostro era manchado por ese rímel oscuro que traías, tus labios antes rojos ahora eran pálidos y temblantes, tu cabello deslumbrante antes; ahora maltratado y quemado se encontraba.

Te soltaba y caías de rodillas en el piso y veía tu ropa, tus harapos rotos y sucios que te cubrían. Me veías desde el piso y gateabas hacia mí mientras con pasos temerosos me iba haciendo hacia atrás.

Conforme íbamos avanzando me daba cuenta que de tu pierna estabas encadenada al suelo y que tu juventud se iba diluyendo hasta que te hacías totalmente vieja cuando la cadena y la pierna atada a ella se tensaban y con tu cuerpo estirado apoyado en una rodilla y una mano me estirabas la mano sobrante.

Eras una viejita con el cabello blanco llena de arrugas, con los labios partidos y los ojos cansados. Pero a pesar de eso no dejabas de verme, nada te lo impedía.

Te observaba en el piso cuando sentí un golpe en el corazón, un golpe que me puso de rodillas y manos en el piso y me hizo cerrar los ojos y la mandíbula con fuerza. Mis oídos comenzaron a zumbar y mi nariz a sangrar. Mis latidos los escuchaba fuertes en todo mi ser pero lentos a pesar de eso.

Cuando abrí los ojos puse una mano en mi pecho y esté estaba rojo, estaba herido por una bala.

Alce el rostro y te vi, no habías cambiado; aun eras una viejecita que me veía y que me trataba de decir algo pero yo no escuchaba. Me fui acercando a tu rostro poco a poco hasta sentir el frío de tu aliento y cerrando los ojos te bese.

Labios cerrados, una mano en el piso y la otra en el pecho sintiendo como mi corazón se desangraba por ti, de rodillas los dos; entregados a lo que tuviera que pasar.

Cuando abrí los ojos todo había regresado a la normalidad. Estaba parado en el mismo lugar por donde te vi la primera vez, mire a mi alrededor y la gente estaba normal; nada había pasado.

Te busque entre la multitud y como dos pistolas tus ojos me miraron.

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