Al roce de los labios una onda
expansiva provocamos y todo lo que estaba en nuestro alrededor salió disparado
en distintas direcciones; pero los dos parados, como si nada estuviera pasando
o eso creíamos.
Tu cabello poco a poco se fue elevándose
por una brisa que crecía del piso al cielo y comenzaba a teñirse de rojo de las
puntas a la raíz. Ese cabello que antes había sido negro como la profundidad
del océano que divide dos continentes ahora era tan rojo como una rosa que
florece por primera vez en otoño.
El piso se comienza a cimbrar y
el primer sonido comienza a aparecer, el único sonido de la tierra que somos
capaces de escuchar en nuestro acto. El crujir de todos los arboles del
planeta, el crujir que hacen cuando se parten por la mitad, esa destrucción de
la madre naturaleza; su grito de agonía e histeria.
Te veo como una fotografía; tu
cara esta inclinada, con los ojos cerrados disfrutando del beso y tu nariz
pegada a mi mejilla. En el fondo solo hay destrucción; edificios cayéndose, gritos
de dolor de familias enteras que desaparecían, fuego por todos lados, el cielo
negro con rayos cayendo de él; caos y pánico son la actualidad mientras tú me
besas con disfrute y calma.
Y en un parpadeo, todo cambia; tu
cambias pero no el entorno. Ahora estas sujeta con tus dos brazos de mi cuello
y en un extremo de mi rostro esta tu cabeza que gime de placer; de un éxtasis
que yo no estaba dando pero que tú estabas recibiendo. Tus piernas están enlazadas
en mi cadera y tu cuerpo por completo pegado al mío. Tus uñas comienzan a
enterrarse en mis hombros de los que ahora te apoyas y haces tu cuerpo hacia atrás
provocando que tu cabello vaya de adelante a atrás. Fue en cámara lenta el
momento en que tu cabello rojo primero cubre tu cara, después se abre como un
ave cuando abre sus alas para comenzar su vuelo por el mundo y al final como
choca todo detrás de tu cuerpo juntándose en una teoría de lazos y mechones.
Sonríes cuando llegas a lo más atrás
que tus brazos extendidos te lo permiten y abres los ojos con la misma lentitud
que el movimiento de tu cabello. Esos ojos cafés que antes conocía ahora eran
verdes, luego grises, sin antes ser azules claro; eran de un color diferente en
cada parpadeo que dabas.
Me miras con firmeza, con profundidad
y en silencio. Ahora observo por encima de tu hombro y no veo nada. No veo el
fuego, ni el pánico, ni el caos, ni el miedo o el llanto; no veo nada porque
todo eso ya se había consumido y ahora solo estábamos los dos solos, sin un
cielo azul ni arboles verdes; solo tierra.
Te tengo cargando de la cadera en
todo este tiempo y cuando regreso la mirada para verte ahora todo cambio en ti.
Tu belleza ahora era dolor.
De tus ojos salían grandes
cantidades de lágrimas mientras tu rostro era manchado por ese rímel oscuro que
traías, tus labios antes rojos ahora eran pálidos y temblantes, tu cabello
deslumbrante antes; ahora maltratado y quemado se encontraba.
Te soltaba y caías de rodillas en
el piso y veía tu ropa, tus harapos rotos y sucios que te cubrían. Me veías
desde el piso y gateabas hacia mí mientras con pasos temerosos me iba haciendo
hacia atrás.
Conforme íbamos avanzando me daba
cuenta que de tu pierna estabas encadenada al suelo y que tu juventud se iba
diluyendo hasta que te hacías totalmente vieja cuando la cadena y la pierna
atada a ella se tensaban y con tu cuerpo estirado apoyado en una rodilla y una
mano me estirabas la mano sobrante.
Eras una viejita con el cabello
blanco llena de arrugas, con los labios partidos y los ojos cansados. Pero a
pesar de eso no dejabas de verme, nada te lo impedía.
Te observaba en el piso cuando
sentí un golpe en el corazón, un golpe que me puso de rodillas y manos en el
piso y me hizo cerrar los ojos y la mandíbula con fuerza. Mis oídos comenzaron
a zumbar y mi nariz a sangrar. Mis latidos los escuchaba fuertes en todo mi ser
pero lentos a pesar de eso.
Cuando abrí los ojos puse una
mano en mi pecho y esté estaba rojo, estaba herido por una bala.
Alce el rostro y te vi, no habías
cambiado; aun eras una viejecita que me veía y que me trataba de decir algo
pero yo no escuchaba. Me fui acercando a tu rostro poco a poco hasta sentir el
frío de tu aliento y cerrando los ojos te bese.
Labios cerrados, una mano en el
piso y la otra en el pecho sintiendo como mi corazón se desangraba por ti, de
rodillas los dos; entregados a lo que tuviera que pasar.
Cuando abrí los ojos todo había
regresado a la normalidad. Estaba parado en el mismo lugar por donde te vi la
primera vez, mire a mi alrededor y la gente estaba normal; nada había pasado.
Te busque entre la multitud y
como dos pistolas tus ojos me miraron.
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