domingo, 4 de mayo de 2014

La fábula del conejito saltarín.

Hace no mucho tiempo en la selva donde los animales vivían tranquilamente haciendo sus deberes para poder sobrevivir existía un conejo de color rojo en todo su lomo y blanco en su cara, pecho y patas.

Nadie lo conocía, nadie sabía cómo había llegado ahí ni que estaba haciendo. Solo lo veían brincar por las praderas sin camino alguno, chocando contra los árboles y arbustos que viera. Cuando su pelaje tocaba la rasposa madera y su cuerpo se perdía entre los grandes arbustos; en su rostro se notaba cierto éxtasis que a todos los animales les desconcertaba. Una sonrisa sincera de oreja a oreja y unos ojos tan grandes como los podía hacer, dilatados como cuando uno ve al Sol y sobre todo, tan rojos como su pelaje.

Un día este animalito brincaba a toda velocidad chocando ahora no solo contra los árboles y arbustos, sino también  contra los animales que se le interponían en su camino sin hacer excepciones; zorras presumidas grandes y pequeñas que solo le enviaban una mirada furtiva llena de odio, víboras que eran pisadas y que le sacaban la lengua con desprecio, jirafas que perdían el equilibrio y que se agachan para reclamarle pero él ya estaba demasiado lejos para escucharlas, rinocerontes que aunque no los movía les molestaba el contacto y al final empujaban al pobre conejo lejos de ellos y más animales.
Los animales se subían a un pedazo de madera que les ayudaba a cruzar un río ya que este era llevado por la corriente y terminaba del otro lado. El conejo sin dudar un momento brincaba esquivando a los animales y chocando con ellos; estaba ansioso de subirse a esa madera y al final lo logro metiéndose entre los animales que estaban delante de él y al final ganándoles el lugar en la madera. Todos lo veían con odio y desconcierto y él solo les regalaba una sonrisa tonta y esa mirada grande y roja.

El transporte se despegó de tierra y se dejó llevar por la corriente. Todos los animales viajaban en silencio, entrados en sus pensamientos o viendo el paisaje; algunos platicaban entre sí, pero eran pocos. Como pudo el conejo se pasó en medio de la madera y solo por unos momentos se quedó quieto y en silencio. De pronto comenzó a vibrar como una alarma despertador frotando su cuerpo contra todos los demás animales, de la boca se le salía la lengua y de esta le goteaba saliva, los ojos se le dilataban más y su tono rojizo aumentaba. Estaba recordando y extrañando esa larga y gruesa zanahoria que se había comido antes de salir de su hogar y que ahora iba a conseguir más; esa ansiedad le estaba provocando que los demás animales se fueran alejando de él y lo miraran con terror, odio y preocupación.

Ningún animal fue capaz de hablarle ni de preguntarle si estaba bien, todos esperaron a que llegara lo más raído posible la madera a su destino.

Cuando llegó al otro lado del río sin dudar y como pudo, el conejo salió disparado siendo el primero de bajar y brinco como nunca lo había hecho.

Delante de él había cebras que corrían despavoridas de una leona que trataba de cazarlas. Todas corrían en una misma dirección y el conejo iba directo a ellas y no le importaba, él pensaba que podía brincarlas y salir ileso; ya estaba cerca de donde estaban las zanahorias que le quitaban el sueño, que le permitían viajar a lugar que nunca imagino, que le hacían indestructible e invencible ya que ni siquiera necesitaba comer para vivir.

El tiempo se hizo lento cuando ya cerca el conejo de las cebras que corrían por sus vidas dio el primer brinco. Sintió esa adrenalina correr desde su cola hasta su nariz cuando libro la primera cebra que asustada vio pasar enfrente de ella un conejo y por no quererlo pisar tuvo que moverse a otro lado chocando de frente contra un árbol lastimándola gravemente del fuerte impacto; después una leona llego a terminar el trabajo.

Cuando el conejo iba por su segunda cebra esta ya no pudo detenerse ni cambiar de dirección. La cebra solo cerró los ojos y pensó que era ella o el conejo. Solo lo sintió entre sus patas y después siguió su camino.

Todo fue muy raro para el conejo. Estaba en el aire cuando empezó a sentir algo entre su cuerpo, su mirada dio una vuelta y termino en el piso. No sentía nada ni le dolía nada pero cuando quiso pararse ya no pudo hacerlo. Enfoco su mirada y vio a lo lejos ese arbusto que guardaba entre sus ramas las zanahorias, de igual manera vio a demás animales que entraban a ese lugar y salían diferentes; tambaleantes, perdidos y llenos de tanta adrenalina que de sus hocicos brincaba saliva.

El conejo volteo la mirada y encima de él vio a una leona que lo miraba indiferente. Él solo le dio esa sonrisa y esa mirada que llevaba en todo el día, sin embargo ahora salían lágrimas de sus ojos y gemía de tristeza por su vida. La leona ya lo llevaba entre sus fauces.
 

Cuídense queridos conejos.

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