Nadie lo conocía, nadie sabía cómo había llegado ahí ni que
estaba haciendo. Solo lo veían brincar por las praderas sin camino alguno,
chocando contra los árboles y arbustos que viera. Cuando su pelaje tocaba la
rasposa madera y su cuerpo se perdía entre los grandes arbustos; en su rostro
se notaba cierto éxtasis que a todos los animales les desconcertaba. Una sonrisa
sincera de oreja a oreja y unos ojos tan grandes como los podía hacer,
dilatados como cuando uno ve al Sol y sobre todo, tan rojos como su pelaje.
Un día este animalito brincaba a toda velocidad chocando
ahora no solo contra los árboles y arbustos, sino también contra los animales que se le interponían en
su camino sin hacer excepciones; zorras presumidas grandes y pequeñas que solo
le enviaban una mirada furtiva llena de odio, víboras que eran pisadas y que le
sacaban la lengua con desprecio, jirafas que perdían el equilibrio y que se
agachan para reclamarle pero él ya estaba demasiado lejos para escucharlas,
rinocerontes que aunque no los movía les molestaba el contacto y al final
empujaban al pobre conejo lejos de ellos y más animales.
Los animales se subían a un pedazo de madera que les ayudaba
a cruzar un río ya que este era llevado por la corriente y terminaba del otro
lado. El conejo sin dudar un momento brincaba esquivando a los animales y
chocando con ellos; estaba ansioso de subirse a esa madera y al final lo logro metiéndose
entre los animales que estaban delante de él y al final ganándoles el lugar en
la madera. Todos lo veían con odio y desconcierto y él solo les regalaba una sonrisa
tonta y esa mirada grande y roja.
El transporte se despegó de tierra y se dejó llevar por la
corriente. Todos los animales viajaban en silencio, entrados en sus
pensamientos o viendo el paisaje; algunos platicaban entre sí, pero eran pocos.
Como pudo el conejo se pasó en medio de la madera y solo por unos momentos se
quedó quieto y en silencio. De pronto comenzó a vibrar como una alarma
despertador frotando su cuerpo contra todos los demás animales, de la boca se
le salía la lengua y de esta le goteaba saliva, los ojos se le dilataban más y
su tono rojizo aumentaba. Estaba recordando y extrañando esa larga y gruesa zanahoria
que se había comido antes de salir de su hogar y que ahora iba a conseguir más;
esa ansiedad le estaba provocando que los demás animales se fueran alejando de
él y lo miraran con terror, odio y preocupación.
Ningún animal fue capaz de hablarle ni de preguntarle si
estaba bien, todos esperaron a que llegara lo más raído posible la madera a su
destino.
Cuando llegó al otro lado del río sin dudar y como pudo, el
conejo salió disparado siendo el primero de bajar y brinco como nunca lo había
hecho.
Delante de él había cebras que corrían despavoridas de una
leona que trataba de cazarlas. Todas corrían en una misma dirección y el conejo
iba directo a ellas y no le importaba, él pensaba que podía brincarlas y salir
ileso; ya estaba cerca de donde estaban las zanahorias que le quitaban el
sueño, que le permitían viajar a lugar que nunca imagino, que le hacían
indestructible e invencible ya que ni siquiera necesitaba comer para vivir.
El tiempo se hizo lento cuando ya cerca el conejo de las
cebras que corrían por sus vidas dio el primer brinco. Sintió esa adrenalina
correr desde su cola hasta su nariz cuando libro la primera cebra que asustada
vio pasar enfrente de ella un conejo y por no quererlo pisar tuvo que moverse a
otro lado chocando de frente contra un árbol lastimándola gravemente del fuerte
impacto; después una leona llego a terminar el trabajo.
Cuando el conejo iba por su segunda cebra esta ya no pudo
detenerse ni cambiar de dirección. La cebra solo cerró los ojos y pensó que era
ella o el conejo. Solo lo sintió entre sus patas y después siguió su camino.
Todo fue muy raro para el conejo. Estaba en el aire cuando empezó
a sentir algo entre su cuerpo, su mirada dio una vuelta y termino en el piso.
No sentía nada ni le dolía nada pero cuando quiso pararse ya no pudo hacerlo.
Enfoco su mirada y vio a lo lejos ese arbusto que guardaba entre sus ramas las
zanahorias, de igual manera vio a demás animales que entraban a ese lugar y
salían diferentes; tambaleantes, perdidos y llenos de tanta adrenalina que de
sus hocicos brincaba saliva.
El conejo volteo la mirada y encima de él vio a una leona
que lo miraba indiferente. Él solo le dio esa sonrisa y esa mirada que llevaba
en todo el día, sin embargo ahora salían lágrimas de sus ojos y gemía de
tristeza por su vida. La leona ya lo llevaba entre sus fauces.
Cuídense queridos conejos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario