viernes, 6 de febrero de 2015

Un Rey con una muerte anunciada.

Como todo administrador de proyectos ingenieriles; es importante en la planeación, en la elaboración y en la conclusión de las actividades, después de eso; es arrinconado en un cubículo y olvidado hasta el próximo gran reto. Todos saben que él es quien más sabe, quien desde un principio puede decir que está mal y que está bien, quien tiene una mano dura cuando es el líder y no tiene piedad con los peones y quien más resulta afectado por los resultados finales; es por eso su imposición de perfección.

Así como el administrador de proyectos que en ese momento es el Rey, el mandamás y la máxima autoridad en el tiempo de duración de proyecto; tiene que ceder su poder al príncipe y eso es lo más duro de todo. No fue el camino para poder tener la confianza de los jefes y apropiarse primero de proyectos pequeños que grandes empresas ya no querían hacer ni cuando los grandes proyectos uno ya no los buscaba, sino que los proyectos lo buscaban a él; como si fueran pequeños niños buscando a un padre que los pudiera guiar a su camino de esplendor y éxito total. Lo más duro de todo es alejarse de todo el legado que se fue escribiendo poco a poco, paso a paso, con tropiezos y errores, con algo de suerte por momentos y casos de ironía que hasta asustaban; es ver que la utilidad de uno, del administrador, ya no es viable para la compañía en la que se dejó todo, en pocas palabras, que lo hagan a un lado para abrirle paso a las nuevas ideas de las nuevas generaciones; de esas ideas frescas y de esa vigorosidad con la que uno entra a trabajar.

Esta es la historia de aquel Rey que empezó siendo un príncipe torpe e ingenuo para después gobernar el mundo entero y terminar con una muerte anunciada de una de sus vidas.

Había una vez un príncipe, hijo de un rey; el cual era tonto, torpe, ingenuo, estúpido, burro, idiota, pendejo, puto, maricón y demás cosas que el rey, la reina, la servidumbre, su pueblo y hasta sus lacayos le decían y pensaban de él. Era un novato, un principiante y todos pensaban que no daría el ancho en el trono cuando fuera el momento de cedérselo hasta que un día, sin haberlo planeado, sin haber hecho algún precedente o sin si quiera haberlo prevenido las más grandes mentes religiosas o científicas de todos los tiempos, el joven príncipe; hijo de un rey, empezó a aprender.

Comenzó a ver, escuchar, sentir, saborear y hasta a oler como sucedían las cosas a su alrededor; como se comportaba el rey con la gente que le convenía y como con la gente que no le convenía, como los lacayos hacían sus labores diarias de principio a fin, como el pueblo pensaba y actuaba ante diversas situaciones, como la reina le gustaban las cosas y como debería ser tratada. Bajo un perfil discreto, el futuro rey comenzó a saber cómo eran y como debían ser las cosas mientras seguía recibiendo las críticas de los demás, pero a él no le importaba; sabía que iba a ser todo lo contrario; sabía que iba a ser exitoso pero sobre todo, recordado.

Pasaron los años y el rey comenzó a volverse viejo y a cometer errores, uno tras otro hasta que el momento llego; el príncipe ahora se volvería el Rey.

Nadie seguía creyendo en él, nadie lo quería, nadie lo adoraba, nadie le aplaudía, nadie lo vitoreaba, nadie le daba ni un pan pero desde el momento en que se le coronó y se sentó por primera vez en esa silla tan ansiada todos vieron esa mirada concentrada, furiosa, ansiosa, fuerte, violenta y llena de energía, y todos adivinaron y acertaron en que él, aquel príncipe del que se mofarán por años,  era el nuevo Rey.

Con mano dura, con sensibilidad, con inteligencia, con astucia, con maldad, con alegría y con energía las cosas comenzaron a cambiar en el pueblo que primero decayó y enfureció ante los nuevos mandatos e imposiciones del Rey pero que poco después las cosas comenzaron a cambiar, a mejorar con el tiempo y a prosperar con el trabajo de todos hasta decir que ese fue el reinado más grande jamás creado.

El Rey podía ser amado u odiado y ya casado y con un futuro hijo en el trono los años pasaron así como lo que fue en un principio.

Llegó su hijo al trono y él tuvo que hacerse a un lado dejando de lado su reino y todo lo que había hecho, dejando de lado una de sus vidas pero obteniendo otra.

Durante el mandato de su padre y durante el suyo, el Rey se dio cuenta que el no pudo haber hecho tantas cosas por sí solo, que el solo era el administrador y el líder pero que quienes en verdad hicieron las cosas fueron sus trabajadores, fue el pueblo; fue la gente que dependía de él. Así que un día, un buen día ya en su jubilación de su trono, una semana después de haber dejado su corona y haber planeado mucho decidió llamar a la gente del pueblo, escucharlos y proponerles algo; darles voz y voto y, así durante años y empezando en una pequeña pradera donde reunió a la gente, comenzó una revolución que duro años, siglos, milenios y aún no termina.

El Rey murió de viejo al poco tiempo iniciadas las revueltas de su antiguo reino.




Los reyes tienen una muerte anunciada, pero quien quiere a pesar de todo ser el Rey; siempre será el Rey.

No hay comentarios: